De alienistas y un zahorí (1).
Una mujer y un hombre se encuentran en la mitad de un puente de cristal sobre un río sigiloso de tiempo y aguas lentas.
Se reconocen y hablan de peces, de constelaciones, del cáliz del otoño, del aroma del bosque cercano, de la verdad, de la belleza.
Acodados sobre la barandilla, miran el discurrir de la corriente, las manzanas que flotan, peces dorados que saltan entre ondas diminutas.
La tarde cae.
Ella le regala una habitación roja con pequeñas cajas de caoba, cerradas, una sonrisa llena de misterios, una mirada que vuelve de una edad perdida, la piedra submarina rescatada de un entonces que clama.
Él le regala la lluvia prisionera, la luz de la luna entre las ramas de los árboles, una colección de etiquetas con orla, un corazón tallado en el tronco del magnolio, viento.
Junto al fuego señalan los extraños símbolos de las cuevas, el latido de la oscuridad, el temblor de sus venas.
Los cárabos chillan, pequeños animales de la oscuridad corren entre sus pies, a lo lejos nace una estrella.
Luego la noche les confunde y aleja, ella va hacia el norte y él hacia el cálido sur.
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