Parker y muerto el burro la cebada por el rabo.
Desasosegado,
Parker toma una decisión extrema, se busca un amigo, mudo, y se dedica a la
noble actividad de contemplar, controlar obras públicas, carreteras y puentes,
edificios, balnearios, su desarrollo y progresión. Al cabo de unos meses conoce
perfectamente la composición del cemento armado, la longitud de las vigas de
acero, el porcentaje de carbono en ese acero, lo que significan las rayas
amarillas en el casco de los ingenieros, la traducción exacta de los sonidos
guturales de los capataces, la vigilancia estricta del tiempo del bocadillo y
ahí, masticando, comienza a entender a Unamuno, a Gil de Biedma, las letras
crípticas de Paolo Conte, lo de la resurrección de la carne, la vida eterna,
amén. Se enfada con su amigo, mudo, que no entiende nada y busca de nuevo a una
nueva Marie.
Varias
Marie después se planta ante el/un espejo y descubre con asombro que él ya no
es, que esa Marie no era (ni la otra, ni la otra) y que está en el principio
del camino justo cuando estaba a punto de terminarlo. Teme haber caminado en
círculo. Entonces Parker se enfada con el mundo (y con Marie) y a destiempo se
propone buscar ese conocimiento que había confundido con un refugio maternal,
el solaz erótico, la mirada asombrada, la arrobada, el eco, el asentimiento y
la concordancia. A falta de otras posibilidades intenta redescubrir a Marie.
Parker sabe (no lo sabe) que Marie no puede darle (todo) lo que él
necesita. Parker sabe (no lo sabe) que no hay una Marie en el mundo que pueda
darle lo que él mismo no sea capaz de darse. Después de muchas vueltas,
disgustos y decepciones Parker sabe que no sabe y que lo que él no sea capaz de
darse no se lo dará nadie.
Dos
días después muere.
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