Parker en el dique.
Parker está contrariado, sentado en el
dique del no continúo. Pasan los días verdes, los morados, su cabeza se hilvana
de hilos negros, hierve con libélulas de deseo, con mariposas meciéndose en los
largos tallos de los gladiolos, con ranas croando en el filo del verano. Pero siempre es no.
Lo
sabe. Trata de encontrar consuelo, llama a Marie, embriagado de
soledad, herido, envuelto en la gasa caliente del desamor, con retorcidos
alambres de miedo, sin saber asumir la realidad del amor roto, hundido, perdido
ya bajo el cieno del tiempo, de tanto tiempo, llama a Marie
Sin
preguntas, sin reproches, Marie le acoge entre sus brazos comprensivos, firmes,
cálidos, más maternales que amantes, dibujando una fina línea que no debe
traspasar.
Ahí
se refugia y dice, sigue, mitiga su rabia pero no la sed, el deseo incumplido,
se busca en la ternura y también ahí termina herido, frustrado,
incompleto, debilitado, ausente.
Este
Parker…
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