domingo, 26 de marzo de 2017

Parker en el dique.



Parker está contrariado, sentado en el dique del no continúo. Pasan los días verdes, los morados, su cabeza se hilvana de hilos negros, hierve con libélulas de deseo, con mariposas meciéndose en los largos tallos de los gladiolos, con ranas croando en el filo del verano. Pero siempre es no.

Lo sabe. Trata de encontrar consuelo,  llama a Marie, embriagado de soledad, herido, envuelto en la gasa caliente del desamor, con retorcidos alambres de miedo, sin saber asumir la realidad del amor roto, hundido, perdido ya bajo el cieno del tiempo, de tanto tiempo, llama a Marie

Sin preguntas, sin reproches, Marie le acoge entre sus brazos comprensivos, firmes, cálidos, más maternales que amantes, dibujando una fina línea que no debe traspasar.

Ahí se refugia y dice, sigue, mitiga su rabia pero no la sed, el deseo incumplido, se busca en la ternura y también ahí termina herido, frustrado,  incompleto, debilitado, ausente.

Este Parker…

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