Desaparición.
Volaban las brujas por el cielo de Estambul (también),
mi lengua chasqueaba, repetía una salmodia «¿qué será de nosotros?», se desbordaban
los ríos, el agua estancada en los pozos se volvía negra, las paredes se
fracturaban, aparecían cabezas de niños entre las ramas de los árboles (olmos
concretamente), el dinero era un factor, el factor, la factoría de las
contrariedades, la cornisa de un tejado, la preferida por los suicidas, la
bisagra que abría o cerraba una puerta ondulante, una explosión de perdón y
nervios, voces, ella escuchaba voces, los tilos de la avenida destilaban un
líquido verde, pútrido, morían las hormigas y las gacelas, las traineras
surcaban la ría y los remeros miraban obstinados, intranquilos, un horizonte
detrás de las olas de la barra del puerto, pegué mi oreja al suelo reseco, a la
tierra sembrada de augurios, ecos de ayer, presagios de mañana, toqué su cadera
y estaba fría, quise tocar su corazón y nada había, cesaron las imágenes, los
ruidos, la habitación se llenó de niebla y desaparecimos, los dos.
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