Las bitácoras malheridas.
Los listos, los espabilados, los que
dicen, “ya te lo dije”, no tienen nada que ver con los profetas.
Unos
se jactan cuando suceden sus aventurados pronósticos, los segundos no se jactan
nunca ya que saben que tarde o temprano se cumplirán sus predicciones.
Como
soy de los primeros, un enterado, como muchos, un día pronostiqué la muerte
del blog. Al menos del mío.
Han
pasado más de nueve años y aquí seguimos, unos y otros, espabilados y profetas,
escritores y lectores, los habituales y los de paso.
Lo
de hoy se llama “Las bitácoras malheridas”, un título descriptivo, nada
premonitorio, aunque quizás pretencioso, redicho, torpe.
El
apremio de salir aquí cada día me tiene con la lengua fuera, escribiendo debajo
de la almohada (a veces contando lo que ocurre encima), intercalando ficciones
sobre las realidades de los días fríos, de los calurosos, los nervios de los
preparativos de viajes y huidas, del cansancio de tantos días esperando ecos y
voces, cantos de sirena y mentiras adornadas, el perdón de los pecados, la
dicha eterna, amén.
No
me desanima el descenso de visitantes –ven y cuéntalo- sucede que a veces confundo
mi baja forma, la ocasional falta de temas sobre los que escribir, con
apocalípticas previsiones de fin de un medio de comunicación, con pretendidas
llagas en el blog, con bitácoras malheridas, cuando no tiene nada que ver el
culo con las témporas.
Menos
mal que lo escribo y me doy cuenta. Falsa alarma, chaval, tranquilo.
Miro
alrededor de esta página y nos veo a todos/as tan guapos/as, tan altos/as, tan
rubios/as, tan majos/as, tan buena gente, que me entra un escalofrío por los
muslos y sé, lo sé, que nuestras páginas, la tuya, la mía, goza de buena salud.
Ánimo,
vamos que nos vamos, ya queda menos para el verano.
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