Hoja amarilla.
...Era el final del pueblo.
Al amanecer, con frescor de rocío, en la azotea de la casa de enfrente bailaban las sábanas blancas de la pureza perdida, se posaban los zorzales en los alambres y desde el bosque cercano al arrabal llegaban ruidos de lucha de perros en celo.
Después, con el sol mediado, llegaban olores de guisos, estruendo de estorninos, el roce del cántaro en las caderas de Julia al volver de la fuente, el homenaje del ruido de los muelles sobre los que yacía sin poder moverme demasiado.
Al atardecer los rumores de ruedas de carro en el regreso a casa de los labradores, los gritos de otros niños en el camino de la cañada, el eco en el patio de las romanzas que cantaba la madre de Andrés.
Por la noche hacía balance de todo lo escuchado, visto, sentido desde la ventana frente a la prisión de mi cama de termómetro y toses, de alcohol de romero y sulfamidas.
Me reconcome el recuerdo desde aquella raya entre la fiebre y la vida, el miedo en la oscuridad, las mentiras de mis cuidadores, las lágrimas de mi madre los fines de semana, la mano caliente de padre en mi hombro, el ruido en los cristales de la lluvia a veces, el secreto de la enfermedad crepitando en mi mirada asustada.
Quiero alejarme de la mentira, del grito de aquellos terrores, de los fantasmas que me esclavizaron durante tantos meses...
Leo esta hoja amarilla encontrada entre otros papeles olvidados. Quizás pertenecía a un diario. No sé quién la escribió. ¿Fui yo? También encontré unas fotografías en el fondo del baúl negro que estaba en la buhardilla. No reconozco a nadie. Preguntaré a mi tía María Luisa.
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