Final del viaje a Reunión
Al despertar supe que
aún no era tarde.
No sé cómo.
A veces me siento sobre
el muro y miro al otro lado. No me atrevo a saltar a ese jardín de ahí abajo.
Quizás por los perros que ladran y me amenazan. Busco la carnalidad de un
espíritu que se haga lengua
La habitación se pobló
de insectos, detrás del paisaje de mi recuerdo cruzaba un erguido pertiguero
con arenques saliendo de sus orejas, el augur se doblaba sobre un mapa buscando
la línea amarilla que delimita el campo de batalla, el lugar exacto donde
sacrificaban las yeguas antes de los combates. Los alcaravanes picoteaban el
suelo del cuarto de baño, fuera las abejas zumbaban sobre los arriates.
Me miré al espejo.
Sobre mi cabeza se
encendió un iPad, dentro una escena, sobre fondo negro brillaba un calendario
en el que se destacaba el día miércoles.
Se borró.
Otra escena. Los
tiroleses entraban en el pueblo con su comandante al frente. Muchos venían
heridos. Los niños, indiferentes, reían a su paso. El tambor bigotudo
requebraba a las muchachas. Una mujer buscaba con gesto serio el rostro de su
hombre, ¿volvería?
Se borró.
Y otra escena. La
placidez del interior de una iglesia. Entonces llegaron ellos, rompieron las
vidrieras, cortaron las cabezas y las manos de las imágenes de los santos,
robaron los objetos de culto, hicieron trizas los bancos del coro, se mofaron
del sacristán, dieron fuego al campanario.
Se borró.
Más escenas. Un
campamento en Guadalcanal. Por los suelos de los barracones corren cangrejos
gigantes y ratas silenciosas. El calor es pegajoso, insoportable. De pronto
llueve, un chaparrón intenso. Los soldados salen a refrescarse, algunos se
desnudan y enjabonan. Cesa la lluvia. Una explosión, la bomba ha caído cerca de
la cocina. Gritos. Los soldados toman sus armas sin saber a quién disparar, de
quién defenderse. Los japoneses están escondidos detrás del palmeral. Robert
yace detrás de una ametralladora, la bala le ha traspasado el muslo, grita.
Se borró.
Detrás de los cristales
escucho voces. Salgo a la terraza, los jardines están llenos de hombrecillos
barbudos con sombrero. Aparecen por todas las bocacalles. Al cabo de media hora
solo veo hombrecillos, por todos los lados, en la piscina, colgados de las
palmeras, incluso mi habitación está llena de ellos. No distingo qué es lo que
gritan. Aguzo el oído. No lo entiendo. Parece una lengua extraña. Conecto el
traductor automático del iPad. La pantalla parpadea. “Es demasiado tarde, se
acabó el tiempo”. Y entonces cayó la primera piedra. Después otra. Y
cientos, miles. Me refugié debajo de la
cama.......................................
.......................................................Reunion ya no es, apenas
esa sombra que distingo desde el primer avión. Anochece. Ver una puesta del sol
desde la ventanilla es disfrutar de una fiesta de colores extendiéndose sobre
las nubes.
Volver a la urdimbre, a
tejer los días, imágenes para mejor comunicarnos, para gustarnos, para intentar
la emoción. Palabras fáciles que hagan consistente esta relación por el aire de
ver sin ver, de intuir, de acomodarse en una rutina de música y quién sabe.
“Atravesamos una zona
de turbulencias. Abróchense los cinturones”. El comandante nos informa que
ha entrado en erupción un volcán situado bajo el glaciar de Eyjafjalla. Dice
que las cenizas están alterando el correcto funcionamiento de los instrumentos
de a bordo. Nos pide tranquilidad. Nos pide que si somos religiosos, recemos.
Alguien grita en las filas traseras. Alguien grita en las filas delanteras.
Todos gritamos. El avión comienza a perder altura. En el asiento de al lado un
hombrecillo barbudo y con un ridículo sombrero me dice “¿ves? te lo
dije, es demasiado tarde, se acabó tu tiempo”.
Vaya viaje.
Lo peor es que no sé
cómo acabará esto y si mañana podré subir el post nuestro de cada día.
Amén.
1 comments :
Y así sea.
Se podrán borrar del disco duro las imágenes, pero lo que nunca desaparece son las sensaciones y en isla Reunión ha habido muchísimas, ninguna se quedó en el tintero. He reído, he evocado, he imaginado: he sentido. Me has cogido de la mano y me has invitado a un magnífico viaje donde he podido ser niña (y también dejar de serlo) y si parir este relato te produjo algún sinsabor, has sido capaz de disimularlo para no perturbar la travesía. Sólo queda dar las gracias por este magnifico banquete literario que en ningún momento ha empachado sino que ha dejado un espléndido sabor de boca en el paladar de mis emociones. ¡Bienvenido a casa!
Besets!
PD: Qué monísimo (o sea divino de la laif) os queda a tu hombrecillo-souvenir y a ti el chaleco amarillo de supervivientes (guiño)
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