Batalla naval en la isla Reunión (II).
Necesitaba estas
vacaciones para organizar el caos en que se estaba convirtiendo mi cabeza, mis
pensamientos, mis actividades, para meditar sobre la oportunidad de un cambio.
Me decidí por un lugar
tan lejano porque alguien me animó diciéndome que tenía un paisaje agreste,
duro, descarnado, de una belleza impactante, singular, diferente, con una costa
de negras rocas volcánicas, rodeada de
arrecifes coralinos. Leí no sé dónde que los árabes llegaron a la isla
de Reunión hacia el siglo X, en
principio la llamaron Al Maghribain "La más cercana de las dos islas del
oeste".
Lo que no me contaron es
que diez años atrás la isla fue afectada por una epidemia de artritis epidémica chikunguña que es una
enfermedad propagada por los mosquitos. Esto provocó
más de 200 muertos y unas 255 000 personas de Reunión contrajeron la
enfermedad.
Todo esto no me
desanimó, al contrario y la cosa iba bien hasta que aparecieron los hombrecillos.
Musitaban “aún no es
tarde, aún no es tarde”.
Lo contaré.
Después del interminable
peaje de todo viaje, preparar la maleta, cargarla hasta el autobús, aeropuerto,
tediosa espera, tres aviones, otro autobús, llegué al hotel de mi destino.
La recepción fue agria,
la señorita que estaba detrás del mostrador tenía unos ojos preciosos y una
educación pésima.
Quizás por eso fui hacia
la habitación de mal humor. Sentado en una furgoneta junto a mi equipaje y a
otros huéspedes vi a aquel hombrecillo. Estaba medio oculto entre unos cactus.
Tenía barba y se cubría con un pequeño sombrero gris. Repetía para sí, “aún
no es tarde, aún no es tarde”.
Al parecer solo yo
reparé en él, ya que ni mis acompañantes en el vehículo, una pareja de alemanes
y dos amigas que hablaban sin cesar, dieron ningún indicio de haberle visto.
El cuarto que me
asignaron era magnífico, bien orientado, amplio, frente al mar, con una terraza
soleada, al lado de unos jardines donde devotos adoradores del astro rey se
tostaban con placidez.
Frente al espejo me medí
con mi piel blanca, el traje de baño verde, los kilos de más del invierno y
opté por atreverme con todo ello. Para inaugurar las vacaciones decidí
bautizarme en la piscina.
En el camino hacia allí
me crucé con un hombre alto con una toalla alrededor de su prominente cintura.
Silbaba, tenía apariencia de inglés. Sobre su cabeza, a unos tres o cuatro
centímetros, flotaba un iPad, no parecía de última generación ya que estaba
conectado por un aparatoso enchufe que se hundía en la mitad de su amplia
calva. Sonriente, me dio un good morning, mientras en la pantalla del aparato
se producía una encarnizada batalla naval, bombardas, galeones, fragatas,
carabelas, navíos y bergantines se cañoneaban sin piedad. Se escuchaba nítidamente
el fragor del combate, los gritos de los marineros, los lamentos de los
heridos, las órdenes de un almirante, el crujido del viento, el rugido del mar.
Todo en estéreo. El hombre alto seguía sonriendo. Al alejarse unos metros
desapareció el iPad. Quedé sorprendido.
1 comments :
Alejarse de lo cotidiano para que ningún ruido rutinario perturbe nuestros pensamientos que necesitan pronunciarse sin fronteras que los acoten, que los condicionen. Islas que no rebasan el perímetro que marca el contorno de nuestra presencia. Viajes sin billete, ni baules. Sin más tripulación que los deseos a bordo. Stop!
Las palabras te hablan Pedro, te escuchan y tú las conduces por donde tu creatividad decide, presentándonos a tus "hombrecitos" que se convierten en los protagonistas callados (de momento). Un mundo fantástico donde leo que un señor tiene un Ipad enchufado a su cabeza y soy capaz de descifrar en el párrafo lo que mi propia imaginación determina. Batallas (sin vencedores, ni vencidos) de la mente.
El juego literario está servido en bandeja y yo que me deleito sabiéndome saciada (un poquito sólo, fiu, fiu, fiu) y esperando que La grande bouffe de las palabras no cese.
Besets!.
PD: Uno es horrible pero la vida es hermosa. Toulouse-Lautrec dixit.
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