Algo así como talasoterapia en Reunión (VII).
El primer día estaba
resultando demasiado ajetreado, decidí retirarme a la siesta. Durante el
trayecto hasta mi habitación vi no menos de cuatro hombrecillos sentados bajo
una palmera, en el mini golf, en la punta de una sombrilla y en la T del
letrero de Talasoterapia. No hace falta que repita sus palabras.
Entré en el cuarto con
prevención, no sabía qué podía encontrarme ahora. Una señora estaba pasando el
aspirador.
-¿Es usted dominicana?
-No señor, africana.
-¿Le gusta su trabajo?
-Sí, jefa es buena, no
se mete mucho conmigo, no agobia.
-¿Está contenta aquí?
-Sí, también está
marido, hijos. Contenta.
-Me alegro.
-Antes todos los días
llamando por teléfono a casa. Los hijos, mamá te echamos en falta, no tengo
zapatillas, necesito una camiseta. Aquí estudian, estamos juntos, marido
también trabaja en el hotel. Contenta.
-Muchas gracias, señora.
-Buenos días, señor.
Se fue.
Las cortinas corridas
proporcionaban una agradable penumbra. Tumbado sobre las sábanas me invadió un
dulce sopor.
Soñé con el regreso.
Soñé cuando buscaba frutos entre las zarzas lánguidas, cuando comía uvas y los
ancianos paseaban en campos de urces infecundos.
Por el arroyo de mis
sueños cruzaban los arrieros, un diván era un reino, sobre él descansaba una
diosa que antes fue un pájaro, que antes una niña desgarbada.
Alguien tocó con los
nudillos en la puerta. Desperté. Sorprendido vi entrar a la protagonista del
tercer episodio de Los Soprano. Se
cubría con una leve bata estampada de amapolas. Me miró sonriente. “Hello”-
dijo. Se quitó la bata y se deslizó entre las sábanas y mi cuerpo alborozado.
Hablaba en inglés y no entendí bien qué intentaba decirme pero nos alborozamos
varias veces. Después dormimos abrazados.
Al despertar la chica ya
no estaba ahí pero sobre la almohada otro hombrecillo, ¿el mismo?, barbudo, con
un absurdo sombrero marrón repetía la letanía “aún no es tarde, aún no es
tarde”.
Todo aquello estaba
resultando muy extraño.
Mi memoria no tenía
memoria.
Mi corazón ya no estaba
en Reunión, miraba y no veía, las llamas de la desesperanza habían prendido en
las cortinas.
Era el momento de
descansar en mitad del incendio.
Me dormí plácidamente.
1 comments :
Mientras Juan van der Hamen te presta sus retratos, te apropias del bufón de Diego de Acedo y Toulouse Lautrec hace un descanso para posar para ti mientras sueñas, (o no), tus hombrecillos se están pegando la vida padre, aviso.
Lo que me queda la convicción es que si te sale de ahí (señalando ahí, sí, sí, ahí) eres capaz, incluso, de detener, de robarle tiempo al tiempo, con tu imaginación; con tu inspiración.
Besets!
PD: ¿Quién necesita entenderse para alborozar y/o alborozarse las veces que sean? Suerte tenemos del lenguaje universal de las caricias que no precisan de traductores.
PD2: Qué bien se te da el suajili… o ¿es fula? (guiño)
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