Libros quemados y Mary.
El
10 de mayo de 1933 se produjo una quema masiva de libros por los nazis en la
Opernplatz de Berlín. Los camisas pardas, voluntarios de la S. A., las
Juventudes Hitlerianas y muchos ciudadanos adictos al régimen destruyeron más
de 20.000 libros de escritores, poetas, filósofos, científicos, de artistas a
los que consideraban peligrosos, antigermánicos.
Esta operación, símbolo de la muerte de la
razón, estuvo comandada por Goebbels, el entonces ministro de propaganda. El
bibliotecario Wolfgang Hermann elaboró una lista negra en la fue incluyendo a
los autores por motivos tan diversos como promover el pacifismo; por sus
tendencias políticas, básicamente el comunismo y el socialismo; por un estilo
avanzado, revolucionario pero, sobre todo, por ser judíos. Muchos de estos
autores fueron arrestados, torturados y asesinados. Los que pudieron se
exiliaron. Entre estos escritores estaban, entre otros: Zweig, Arthur
Holitscher, Lion Feuchtwanger, Emil Ludwig, Heinrich Mann, Theodor Plevier,
Erich Maria Remarque, Heine, Marx, Thomas Mann, Freud o Brecht.
Goebbels
proclamó: "Alemania ha comenzado a limpiarse interna y externamente".
Sigmund
Freud comentó: "es un gran progreso con respecto a la Edad Media; ahora
queman mis libros, y entonces me hubieran quemado a mí".
Philip
Roth escribió recientemente: “todos los escritores cuyos libros fueron quemados
por el III Reich fueron dignificados por las llamas”.
Hoy, la antigua plaza Opernplatz lleva el
nombre del líder socialdemócrata August Bebel. En su centro, como un recuerdo
permanente, está un curioso monumento a esta quema de libros. Se trata de una
simple losa de cristal a través de la cual se pueden apreciar unas estanterías
blancas, vacías. Al lado una placa con una frase premonitoria del poeta Heine
que en 1817 escribió: "Eso sólo fue el preludio; ahí donde se queman
libros, se termina quemando también a las personas".
Para
hoy escribo lo que no está escrito. Pasan los días, los meses y me asombro que
aún alguien entre a este blog y lea. Para los sábados de julio tengo dos
teorías. Una, que el personal dedica parte de su jornada laboral semanal a
actividades extra laborales. Otra, que el personal dedica los sábados y
domingos a irse a la playa o a una intensiva actividad amorosa y no sale de la
cama más que para comprar el pan y el periódico, a veces ni eso. Tú ¿qué
opinas?
Estamos
en lo que estamos, que nos iremos de vacaciones y nadie sabe cómo ha sido, que han
pasado once meses y nadie sabe cómo serán, pero se lo imaginan. Aquí viven bien
los de siempre, es decir esos que no somos nosotros. Lástima, sigo buscando a
los Otros pero no encuentro a Nadie que me quiera sobornar, comprarme,
involucrarme, pagarme una comisión desorbitada, buscarme un chanchullo, ponerme
un piso de soltero, retirarme, dejar un abultado sobre bajo el felpudo a cuenta
de mi silencio, o de mis sugerencias, compra aquí, vende eso, invierte en, etc.
Tú no opines.
Lo
que no quiero es que me quemen los libros. Ni siquiera los presto para que no
me arruguen las hojas, para evitarme eso de “oye, chato, aquel de Agatha
Christie que te presté en 1957 ¿Qué lo has leído?”(pon tú el acento). Y no es
que me importe, me faltan paredes para guardar los que tengo. “¿Los has leído
todos?”- preguntan los visitantes de mi castillo. “No, están huecos”- les
vacilo. Coño, pues claro que los he leído, para eso es un libro, incluso
algunos me han gustado. Además que hace bonito tenerlos. Mi amiga Mary se los
compra por metros y por colores. “Me ponga metro y medio de enciclopedia roja.
Es para el salón ¿sabe?” Mary tiene otras muchas virtudes, algunas lejos de la
virtud. Puestos a elegir prefiero estar con Mary que leer, te lo juro. Somos
amigos desde hace tiempo. Eso implica muchas cosas. Saber estar cuando hay que
estar. Si es que somos todos bastante parecidos, para tomar copas o reír o ir
de fiesta hay gente a patadas, pero, ay majo, si la cosa te va mal miras
alrededor y no queda nadie, como después de una batalla. Mary no, Mary no lee
pero está cuando hay que estar. Quién lo diría, qué lección…
Oye,
tío, ya vale, qué pesado estás hoy, es sábado, calla ya que voy a bajar a
comprar el pan.
Vale,
vale, hasta mañana.
2 comments :
Cuando tengo que descartar algún libro para la pequeña biblioteca de la Casa de Cultura, me acuerdo de esta quema de libros y de la Biblioteca de Alejandría o la de Praga . Por lo de destruir, desechar, apartar los libros de sus destinatarios finales.
Están destrozados, rotos, descosidos, sin tapas, comidos por los ratones, cagados por los pájaros, llenos de restos indescifrables.
Y lo que más me molesta es el trato que han recibido a lo largo de los años.
Entrar en el despacho donde los voy guardando para su posterior selección y recuperación, si se puede, es como entrar a una de esas malditas perreras que pululan en España. Esos lugares horrendos, tristes de tanto dolor, de tanto olvido.
Y de vez en cuando, entre la oscuridad y el hedor a muerte anunciada, un ejemplar brilla por su autor, su historia, su antigüedad. Y llego yo al rescate de ese alma en pena.
No puedo salvarlos a todos, porque algunos están tan deteriorados, han vivido tan mal su vida de libro de bolsillo, de librería de viejo o de saldo en el Rastro, que le faltan páginas, están desgarrados y ningún cirujano podría ya curarlos.
Los libros, las personas y los animales, es decir los seres vivos, sin incluir los vegetales, que nos alimentan a los demás, también dependemos de azar de nuestro lugar de nacimiento.
Aunque nunca sepamos como y donde vamos a morir.
Muchas gracias por tu comentario, Frodo de Cretacan.
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