Lecciones de anatomía (4).
Ella era caprichosa, calzaba zapatos de
Salvatore Ferragamo y sin más atuendo realizaba autopsias a las moscas del
vinagre. Una tras otra eran estudiadas en su aparente simplicidad. –Mira, mira,
aprende- me decía. Pero aquello me parecía una cochinada. Como cuando quiso
entrar en la mirada de los equinos y clavó el bisturí en un ojo de caballo que
le consiguió el carnicero de la plaza. En aquel tiempo lo único bueno era,
mientras ella se dedicaba a la sinología, escuchar a las alondras fuera, en el jardín cercano, en un
mundo lejano al acostumbrado, aquel en el que yo vivía. Al atardecer volvíamos
a lo nuestro y ya estábamos familiarizados con nuestras anatomías, tanto que a
veces no sabíamos dónde terminaba uno y dónde empezaba otro pero, por si
acaso un golpe de olvido nos negaba, insistíamos en la cópula, en la afición,
tanto nos amábamos que estábamos justo en el límite del canibalismo con aquello
mordiscos tiernos pero firmes. Ay, qué lejos nos lleva el estudio de cuerpo
humano.
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