Lecciones de anatomía (1).
Eran tiempos duros, nena, del cielo
llovían plumas, quizás morían los halcones encima de las nubes, quizás una
bandada de estorninos estaba en guerra con las alondras, quizás los ángeles
estaban en plena muda. Se lo pregunté, pero Ella que tanto sabía, no pudo
contestarme.
Envalentonada por el erial de mi ignorancia
comenzó una labor de decoración y pintura en aquellas zonas de mi cerebro en
las que no había entrado el sol del conocimiento.
Debo decirte, niña, que la única idea me
ocupaba bastante y que el alcohol había vaciado casi todo excepto las cuatro
reglas y la capacidad de distinguir entre una regadera y la curva de sus
caderas.
Por eso empezamos aquellas clases prácticas de anatomía.
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