Lecciones de anatomía (3).
En
aquel entonces también aprendí que desde mediados del siglo XV en la custodia
de asiento se adoptó la forma de torrecilla o templete ojival, sostenido por
una base artística quedando en medio una lúnula o
viril de plata u oro para colocar en él visiblemente la hostia. Jamás lo
hubiera imaginado, esa utilización del “viril” en una custodia me llenó de
confusión. Uno era (es) bruto, nada inclinado a piezas y ornamentos religiosos,
pero especialmente propenso a eso de la virilidad. Por eso, aquella noche, para
compensar, la amé repetidamente. Ella no consentía su propio goce, desnuda pero
mística me susurraba -Cioran decía que “el orgasmo es un paroxismo; la
desesperación, otro. El primero dura un instante; el segundo una vida”-. Ni con
esas perdía mi excitación, tanto la deseaba, seguía a lo mío/nuestro, el
estudio de nuestra propia anatomía, erre que erre, coito tras coito,
ensimismado, entregado, obnubilado, exagerado. Ella era una cursi, vale, pero estaba de toma pan y moja y allí mojando pasaba
las noches que cuando me pongo…
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