Estas cosas no siempre son sencillas
Las cosas empiezan como
empiezan y ella dijo disculpe, me he equivocado de número, pero no, su voz
seguía siendo delicada, el mismo tono, aspirando la hache. Te he reconocido,
dijo él, tanto tiempo. Se contaron por teléfono lo principal. Me quedé viuda, vivo
sola. Me casé con Laura, tenemos un hijo.
Se citaron. Estoy mayor no me reconocerás. El tiempo pasa para todos. Seguro
que estás como entonces. Palabras de consuelo para crédulos, para los que se
conforman. Quedó ahí la invitación, el temblor.
Ella siempre fue tímida qué
sorpresa esa llamada.
Hablaba con seguridad, me da
miedo, en el fondo creo que me da miedo estar a solas con otro hombre.
Ella vivía en un pueblo de la
costa y el autobús, un café en un bar junto
a la playa. Se besaron en la mejilla, apurados, torpes, discretos. Ampliaron
las mentiras, alguna verdad. Estás guapa. Te hubiese reconocido. Nunca te he
olvidado. La curiosidad, un temblor en una vena del cuello, algunos momentos
compartidos, cada uno lo recordaba de manera diferente. No me llamaste, sí. Nos
besamos en aquel coche naranja mal aparcado. No, en mi casa, nos pillaron abrazados
mis padres un viernes que no fueron de fin de semana. Cosas así, sin
confidencias, sin profundizar. Se despidieron. Llámame cuando quieras. ¿Volveremos
a vernos? Sí. Un pueblo de la costa, el autobús, volver tarde a casa, tengo
mucho trabajo, ¿qué hay para cenar?
No me llama, ¿le llamo? Dudas.
La curiosidad. Una vaga inquietud. Nerviosismo. Está igual, recuerdo cuanto me
gustaba. ¿Me llamará?
¿Un café en el bar de la otra
vez? ¿A las seis? Mi hijo ha empezado la universidad. No tuvimos hijos. ¿Sigues
dibujando? Trabajo en una consultoría,
estoy estresado. Siempre has estado estresado. Risas. Me gusta cómo ríes.
¿Quieres más azúcar? Se rozan los dedos. Se miran. Aquí me conocen. Lógico, yo
seguiría tus pasos por cada calle. Zalamero. ¿Quieres más azúcar? Se aguantan
la mirada, los dedos vuelven a rozarse, no se separan. Debo irme o perderé el
último autobús.
Las cosas no siempre son
sencillas y ella ¿tomamos hoy el café en mi casa? Ah, sí, llevaré el coche.
Hablan, animados, confiados, recobrada la antigua amistad, recuerdan canciones,
algún libro. Aún conservo aquel retrato que me hiciste a carboncillo. No te
creo, era muy malo, no parecías tú. Más risas. No hemos tomado café. Se miran. ¿A
qué saben tus labios? Espera. Se acercan mirándose a los ojos. Tiemblan, los
dos, él aparenta seguridad pero no. Acaricia sus brazos, toma sus manos.
Espera, hace tanto tiempo que no estoy tan cerca de un hombre. Bésame. Ella
tuerce la cara. Espera, espera. Con delicadeza, despacio la acerca al sofá, la
acomoda, la reclina, se arrodilla y los dedos se abren paso por la blusa.
Espera, espera. Suelta dos botones, busca sus labios. Muy dulcemente se besan.
Los ojos cerrados. Una mano se pierde bajo la falda. Esto no está bien, ella.
Los dedos recorren la cintura y bajan. Suspiros. Sin resistencia. He soñado con
estos pechos. Apaga la luz, me da vergüenza, ¿qué pensarás de mí? Las caderas,
los muslos, los labios recorriendo el cuello, la nuca, jadeos, el beso es largo
y no tan dulce, los dedos se atreven y buscan, encuentran una respuesta. Así.
Espera, vamos a mi habitación.
¿Qué nos ha ocurrido? Pensaba
que iba a ser más difícil, ¿te he desilusionado?
Ven, vuelve a la cama.
Lo siento, no tenía cobertura,
una reunión de última momento, llego en una hora. ¿Qué hay para cenar?
2 comments :
Esas cosas no, nunca lo son. Tu relato sin adornos sí. He ahí la cuestión. Lees la última frase e inmediatamente te colocas en el lugar de los dos protagonistas. En lo que "no" dice el relato. Y aplaudes.
Yo no diría nunca, pero que no suelen serlo,seguro.
Pero, ¡ay! y lo bien que sientan!!
;)
Besos, en la oreja izquierda, con mordisquito.
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