Toco pared y vuelvo.
Esa mujer que lloraba en el cuarto
¿Es el recuerdo de un poema
o de uno de los días de mi vida?
(J. A. Valente)
Voy
de un blog a otro, de un muro a otro, toco pared y vuelvo, los veo, todo tiene
una clave, si lo intento seguro que descubriré un rastro entre tantos textos
que leo, floridos, exuberantes, bulliciosos, profundos, lacónicos, misteriosos
a veces, deslizándose por mi cerebro, por mi corazón, por mis piernas como
serpientes dolorosas, como agujeros de cerradura, como pañuelos de seda, como
esos hipervínculos que me llevan a otra dirección y de allí a otra y en el
fondo, mi curiosidad encantada de estar colgada de la punta de los dedos, en el
capricho de escritores o de quién sabe.
Es
obvio que también soy quién sabe, también sé que saben.
A
pesar de ir acumulando tantos escritos de tantos días, demasiados, no he
perdido reflejos para seguir aquí. Quizás si me falte lenguaje para momentos en
los quisiera estar callado, o dormido, o lejos, quizás me estorbe ese recuerdo
del enfermo de la cama de al lado en la UVI, conectado a tantos tubos, frascos,
vidrios, botellas con líquidos de colores, su respiración todavía resuena en
mis pesadillas. Sobre todo por cómo estaba yo entonces. Ahora se me acumula el
trabajo, del miedo, del alma, escucho voces púrpuras como la toga de un César,
cantos de sirena y tengo la cena, humeante, sobre la mesa.
Qué suerte.
Qué suerte.
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