sábado, 13 de junio de 2015

Elías Canetti

El hombre con una cabra sobre los hombros se refresca bajo la higuera. 

Sigue una ruta marcada, puro tránsito, avatar, un frágil trayecto desde la precaria libertad hasta la finitud. 

Con un temblor no contenido calcula el fragmento de eternidad que corresponde a los desharrapados que acarrean los pesados fardos desde las barcazas hasta la orilla.



La música es el mejor de los consuelos por el sólo hecho de no crear palabras nuevas. Incluso cuando se les pone música a unas palabras, su magia sobrepasa y borra el peligro que ellas conllevan. Pero cuando es más pura es cuando se toca para sí misma. Uno cree en ella de modo incondicionado, porque la seguridad que infunde es una seguridad de los sentimientos. Su fluencia es más libre que todo lo que parece posible en el ser humano, y en esta libertad está la salvación. Cuanto más poblada esté la tierra y cuanto más domine la máquina en la configuración de la vida del hombre, tanto más imprescindible se va a hacer la música. Vendrá un tiempo en que sólo por ella podrá el hombre escapar a las estrechas mallas de las funciones, y el dejarla como una inmensa reserva de libertad, una reserva libre de toda influencia, será la tarea más importante de la vida espiritual en el futuro. La música es la verdadera historia viviente de la humanidad , una historia de la cual, sin ella, sólo poseemos partes muertas. No es preciso que saquemos de ella nada porque ella siempre está presente entre nosotros y basta con oír ingenuamente. Todo lo que no sea esto es un aprender inútil. (Elías Canetti, La provincia del hombre.)



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