Manías y piedras.
"Sus
ojos se iluminaban y podías ver las venas de su cuello y, amigo, no había nada
en su cabeza más que la canción. Cantaba con su maldita alma".
(Sam
Phillips)
Un
saurio rojo de estupor me muerde los intestinos.
No
es una metáfora, estoy metido en el vientre del glotón cocodrilo de un día en
el que demasiadas cosas ya no tienen sentido.
El
bicho negro del stress (3+3 stress), con negras patas peludas, también me
muerde las orejas.
Y
esta húmeda camisa de no entender qué pasa.
Aunque debo decir que todavía estoy
surcado por barcos y barcos, regatas interminables, navegantes solitarios que
llegan los últimos (¿dónde?), travesías de veleros con psiquíatras a estribor,
algún náufrago aferrado a su tabla y ballenas despistadas. Durante el tiempo
que llevo sentado en el muelle de la bahía, esperando, se ha apagado mi faro y
no encuentro bombillas de repuesto.
Mientras
escribo y pienso –gran mérito para mi capacidad, lo sé, dos cosas a la vez-
suena Zelenka con su Prague 1723, una maravilla que descubrí y que
me acompaña en un allegro majestuoso. Vintage Trouble me miran esperando
su turno.
Hoy
no hay jazz.
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