domingo, 28 de junio de 2015

Cuento con anzuelos (1).



Aquella mujer clavó un anzuelo en mi nariz y tiró con una fuerza de mil demonios. Después se perdió por la boca del metro con un pájaro de odio posado en su hombro. Me asusté con la sangre, con el brutal dolor. Grité. Lloré. Nadie me ayudó, nadie prestó atención a mi miedo, a mi solitaria humillación, al tormento de no saber por qué me escogió precisamente a mí. Estoy seguro de haberla visto antes. 


Sobre las blancas sábanas de una cama, un hombre desnudo, pálido, está tumbado boca abajo. Sus nalgas, y sólo esa parte de su cuerpo, están tatuadas con flores entrelazadas, puñales, un dragón y un nombre. La almohada está manchada con la sangre que mana de su nariz herida. El hombre se levanta, se acerca a la ventana, corre la cortina, mira hacia la calle y ella está ahí abajo, esperando. Ignora quién es esa mujer y está inquieto.




Por las calles del norte se precipitan las multitudes armadas con banderas amarillas, esgrimiendo gritos y consignas. Sus pancartas dicen: Libertad y Patria. Un hombre se ha subido sobre la mesa de un café y arenga a los manifestantes. Suenan sirenas y a lo lejos se escuchan explosiones. Algunas mujeres lloran. Un anciano menea la cabeza y repite como una letanía -no, no, no, no-. 

(sigue)


(Eduardo Arroyo)

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