¿La salida?, por favor.
Es
una cuestión de opción -a quién quieres más ¿a papá o a mamá?-, también
de pulsión -qué postura te gusta más -¿A (con A) o B (con B)?
(incluso C (con C), etcétera)-, y así anda uno por los intersticios de los días
con una sensación dèjá vu en los recovecos emocionales, ora arriba, ora abajo,
con hollín en los párpados, tratando de escapar de la Emperatriz, la dama negra
que lanza sus encantamientos en la distancia, que clava alfileres en el muñeco
y ahora me duelen los intestinos, ahora me duele el alma, ahora salgo a la
ventana a ver el mar -un día, hijo mío, todo esto será tuyo- y luego
llegó el bárbaro, el de la mitra, y se acabó la fiesta, las plantas carnívoras
del miedo crecieron en nuestros jardines y desde entonces permanezco sentado en
la panadería, absorto en masas y cocciones, no se pase el punto, mendigando
amores- ¿nos acostamos, vida?-y la vida, otra, pasa en patinete,
rauda, con prisas por terminar, hasta que un día – aquel ¿recuerdas?-
uno se reencuentra con su pasado, así, de sopetón, en una esquina, en una
ventanilla -hola, soy tu pasado- y te entra un miedo que se te caen los
alfabetos, los poemas y te metes en un trigal hasta que pase la nostalgia
cabalgando en un rocín huesudo, en el rescoldo de lo que no fue pero que la
erosión de los signos no ha olvidado.
No
sé muy bien lo que digo/escribo, por eso lo escribo/digo. Aún así el tormento
no cesa y esta profesión de ave migratoria está muy mal pagada, mal
considerada, nadie te toma en serio, que te vas y como nadie asegura que
volverás, pues eso, que, nada, te leen y dicen (digo yo) ¿qué querrá
decir este tío? En esas estamos (también).
¿La
salida?, por favor.
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