Letanía.
Memoria
prisionera, palabras que no sacian la sed de saber qué hay detrás de la pared
del alma, música en el atrio con monaguillos de cartón y ancianos rezando el
rosario como náufragos de su fe, disección, despiece, lección anatómica de las
creencias.
Virgo
prudentíssima.
La soledad se hunde en un abismo de relojes ondulados y torres de iglesias
que sobresalen en la marea de tantas inundaciones, se han roto las presas de la
esperanza y los confesores tapian su ventana de perdón.
Virgo
veneranda.
Esto no es un poema, apenas un rasguño en el papel, no sé quién soy, ella es
Ella y la palmera frente a su casa se ha llenado de estorninos ruidosos que
peinan los cielos, sacrificio estéril de la paciencia descalza.
Virgo
prædicánda.
Retrato al carboncillo de una bella mujer de faldas largas reclinada sobre un
diván, piedra, papel, tijera, trabajo de un artista parisino en su última
visita al psicoanalista de rue Lafayette.
Virgo
potens.
Ya nunca sus labios vencidos, preludio de besos, la niebla es mentira, está
pintada con sangre de tortugas, el océano se extiende en un cuadro de la pared
y la humedad ha llegado a los pies de mi esperanza.
Virgo
clemens.
El adiós es un puñal de jilgueros, cristales rotos y ceremonia del por siempre,
manos extendidas decoran las paredes del pasillo, martirio en el convento, un
crucifijo cabeza abajo adornado con ortigas.
Virgo
fidélis.
Vida al margen de la vida, voz enmudecida, no hay remedio, aprendo a leer el
silencio, paso los dedos sobre lo eliminado, lo borrado, lo tachado, lo
ilegible, pongo rótulos sobre la nada, no llegan los mensajes y se me está
durmiendo el corazón bajo el agua color Djuna Barnes.
Cada
día quedamos menos.
Ora
pro nobis.
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