Carta desde un balcón
Un balcón.
Me asomo y grito.
Usted está debajo y mira sorprendida.
Usted está debajo y mira sorprendida.
Me refiero a que usted
está debajo del balcón. Prefiero matizarlo, ya he tenido demasiados líos. Como
cuando escribí que usted estaba encima. Me refería a su capacidad olfativa. Que
olía mejor, vaya, que tenía mejor nariz. Pero usted interpretó ese encima como
una posición corporal. Es decir que usted estaba sobre mí, su cuerpo sobre el
mío. Le dio un matiz erótico. Esas cosas me preocupan. Entre usted y yo hay
diferencias. Usted es una mujer, yo no.
Lo admito, hay frases que precisan explicación. Este es el motivo de esta carta. Aunque usted también dice, dijo, frases que pueden, podrían, dar lugar a equívocos. Como cuando dijo que me quería. Exactamente dijo: “te amo”. Eran otros tiempos, lo sé. Siempre me he portado bien con usted. Incluso cuando me decía: “otra vez, rey”. No era una orden, ya, pero lo parecía y el amor no es una cuestión mecánica. Bueno, no del todo. Concedo que hay una parte técnica, de rígido cumplimiento. Al menos por mi parte. No soy una máquina. Tres, o cuatro, pienso que es suficiente. Usted no. Esas son las cosas que nos separaron. No soy un funcionario del sexo, soy un romántico. No digo que usted no lo sea. Pero es exigente. Quizás sea la edad. Usted es mayor. Yo no. También pudo ser una cuestión de tarifas matrimoniales. Un desacuerdo.
Por eso me asomo al balcón.
Para gritar (lo).
Usted está debajo y mira sorprendida.
Para gritar (lo).
Usted está debajo y mira sorprendida.
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