Mañana de cerámica-
Aquella mañana, casi mediodía,
no fue de cerámica, no, fue radiante a pesar de la lluvia de después. La revivo
como un milagro con flores saliendo de las ventanas, de los balcones, gentes
sonrientes apartándose a nuestro paso, coros de niños cantándonos a José Alfredo Jiménez, “préndeme fuego si
quieres que te olvide”, avestruces sabias mirándonos con envidia, ella en
silencio y para qué diablos necesitaba hablar si sus ojos eran pura elocuencia,
si su belleza era virginal con rayos ondulados saliendo de un rostro que repite
en fotos y más fotos y en cada una está a cual más hermosa, un ser celestial,
de otro mundo, yo hablaba sin parar para que ella no despegase los labios, movía las manos para apartar el aire, me ahogaba,
quería atrapar el instante como un pintor autodidacta, como un fotógrafo
de luces, como un atrevido dibujante que apenas sabe deslizar trazos por
lienzos de aquellas calles de domingo con poetas en las esquinas y gatos en los
tejados. Después el cielo se rompió, oscureció, parecía
que millones de habitantes entraban por aquella parada de metro, tantos que no
pude despedirme, mojado, torpe, tartamudo, sin saber que más decir,
deshabitado, como caído de un cuarto piso, herido por el rayo de su ausencia
repentina. Han pasado muchos meses y está en mi cabeza como una foto fija, como
esas estampas en negro que miras con fijeza durante 30 segundos luego miras al
cielo y ahí está, en blanco, la silueta, o sea ella, que no me olvido de nada y
quiero que sepa que no, aquella mañana no fue de cerámica.
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