Añoranzas después de un viaje furtivo.

Belleza de los Países Bajos, holandesa preciosa, mi niña bonita, bajo del avión y  mis dedos se han quedado huérfanos, tamborilean nerviosos buscando tu piel, tu húmeda intimidad, quieren entrar en tu boca, quieren llevarte al otro lado de la cordura, allá donde tú y yo somos tan nosotros que no hace falta más que esa mirada y nuestros temblores, nuestro deseo consumiéndonos, guapa, tan guapa que me enloqueció quitarte tus bragas suaves, besar tus pezones, acariciar esos pechos que tanto te han preocupado, levantarte en vilo y solo nos faltó volar, reina del mundo, que miro nuestras fotos y se me cae la baba como a un enajenado, que lo soy. ¿Qué me has dado? Cuando me susurras al oído casi no te entiendo, no sé si me hablas en ruso, en bable o en lenguaje klingon, es igual, entiendo tus gemidos como un lenguaje de ángeles oscuros, esos que te dictan palabras sucias que me sueltas por la espalda como monedas de plata y entonces quiero morderte el cuello, atarte, no sé, inmovilizarte para que seas, aunque solo sea en ese momento, mía, mía, mía...

Voy a recoger el equipaje.

He vuelto a casa y no sé qué hacer con esta argolla que has dejado en mi cuello, en mi corazón.

Volveremos a vernos.

Pronto.

Me estoy quedando ronco de llamarte.

Te quiero.