Camino de Santiago.
Hace exactamente un año anduve
por estos caminos.
Desde Sant Jean Pied de Port hasta Santiago de Compostela.
Una
experiencia única.
Antes había escrito esto.
Hoy me permito repetirlo.
Por caminos que no,
que sí, era sexo, ahora lo sé, como un romero por el camino de Santiago, con la
concha peregrina y la calabaza con agua del Jordán, durmiendo en albergues de
monjes oscuros, en casas de gentes de bien, en pajares de conventos con
hermanas de tocas alborotadas, en hospederías cuando hay reales, comiendo pan y
tocino, rezando ángelus en horas intempestivas, con relojes de viento y sombra,
con la devoción ermitaña en cada pelo de la barba, con el olor del cuerpo de ella
en mis dedos que acarician el tronco de los manzanos, los bancos de piedra, la
correa de las sandalias polvorientas, besando los gallos que vigilan las cruces
de los caminos, vadeando ríos por donde el agua cubre el ombligo, recostado
bajo los arcos de las plazas mayores, allí donde se mezclan los olores de las
tahonas con la humedad de las baldosas de tabernas oscuras, con parroquianos
cantando himnos a vírgenes remotas, lugareños de nariz roja y albarcas
embarradas que juegan a los naipes, labradores atribulados por la sequía, en la
puerta mujeres pintadas enseñando los senos sin vergüenza, gestos ordinarios,
falsos pendientes de oro como reclamo, zafias palabras de calabazas e higos, de
frutas prohibidas, de coitos a un real, ancianos encorvados que las miran,
titiriteros con ceñidas camisas, gorros de colores y cascabeles, era sexo, lo
sé, aunque la amaba, me gustaba su cuerpo delgado, sus nalgas duras bajo el
camisón cuando atravesábamos la noche y llovía, no había estrellas y la música
de nuestros muslos detenía este mundo que ahora termina en Compostela, /
paisajes sucesivos, ora trigales ondulando, ora monotonía de la vid, ora campos
verdes, pinares y choperas, hierbas secas para lechos de siesta bajo los
robles, romeros italianos, alemanes, franceses chapurreando que ellos también
van, que cumplirán sus votos, que este es su camino de redención, que se
encuentran en las madrugadas de escarcha con conejos que huyen por los
rastrojos, zorros en los gallineros de pueblos de adobe, con plegarias y gemidos
saliendo de las espadañas de torres presentidas entre la niebla, el camino está
lleno de misterios y un pastor blasfema entre el rebaño de ovejas atemorizadas
por un mastín peludo, que pienso en beber de una bota con la lengua recogiendo
cada gota, la misma lengua que recorría la espalda de ella, el hueco entre sus
piernas torcidas, sus pezones pardos y jugosos, los lugares que eran míos y
besaba con devoción y suspiros, la curva de sus caderas, regocijo de posturas
que inventábamos, que se arrodillaba y las nubes formaban dragones, conejos
gigantes y blancos, que entraba en su cuerpo como a un pozo de sombras y al
fondo me esperaba su mirada adolescente, aquella mirada que perdimos en la
plaza y que me hizo olvidar a otras mujeres de carnes tersas, gritos y
temblores compartidos en fiebres de deseo, alboroto de sábanas, camas en la
pleamar que parecíamos volatineros y por eso sigo este camino que a veces es un
lodazal,/ rodadas de carros, burros salpicando con sus pezuñas, aullidos de
lobos en las sierras, apoyado en un pilar, con la brisa que despeja los dolores
ahora que el camino se bifurca y a un lado se adivina la catedral y al otro la
puerta del infierno, patios atestados de míseros caminantes con los pies
hinchados, pulmones que silban, llagas en las piernas polvorientas, toses,
sabañones en las orejas, olor a sudor, una niña que mira al cielo y reza,
hambre en esta villa al final del camino, llena de la paradoja de olores a
caldo de berzas, morcilla y perejil, guisos en pucheros, frituras, parrillas con
chuletas de cordero, ajo y vinagre, vino en barricas, me cubro la cabeza y a mi
lado pasa una mujer preñada, un ciego guiado por un mozalbete desgreñado, un
dentista con un mandil encarnado y unas tenazas en la mano, era sexo, tal vez,
no se lo preguntaré a nadie, que ahora llegan orgullosos mendigos que miran a
los comerciantes avaros, un carnero que escapa entre los puestos de baratijas,
un toro que muge amarrado a un madero, una compañía de soldados con gorros
rojos y banderolas, tambores y un capitán a caballo y en ese callejón fue, ahí
me detuvieron, que no fui yo, ay dolor, que la amaba, que enloquecí quizás, que
no gritó, que se quedó entre mis brazos, que no pude soportar que fuera de
otro, quise parar la sangre con sus largas faldas, que huí llorando, que
alguien me ha delatado, que después de tanto viaje no llegaré a la Puerta, que
al fondo se ven las torres, que el santo ya no me perdonará, que no pude
soportar su desamor, ella al principio de este camino ¿qué será de mi?
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