Carta del amante sobrecogido.
...para amar es preciso hablar, el amor es inconcebible sin la palabra, justamente porque amar es dar lo que no se tiene y no se puede dar lo que no se tiene a no ser hablando, porque es hablando que damos nuestra falta en el ser...
Mi amada, soy normal y tú no, porque el concepto de normalidad lo pongo yo y tú estás en otra calle donde no circulan tranvías cargados de turistas, ni coches de caballos desmayados al sol. Estoy loco y tú no lo sabes, porque aunque el concepto de locura lo tienes bien interpretado, estudiado, no has definido ni conoces mi desarreglo cotidiano. Porque no se estudia en los libros, porque no sabes las cosas que hago y que no hago para estar contigo, por estar contigo.
Cuando te enfado con mis celos hacia tu marido, enfurruñada, me dices que me vas a matar, y no sabes si me gustaría, no que me mates, pero si que me hieras de ternura, que me ates con las cuerdas de tus besos, encadenado a tus gemidos en mi oído ansioso, ahí, inmóvil, como Gúlliver en la playa, bajo tus labios hábiles recorriéndome los párpados lenta, suavemente, perdido en el bosque de las yemas de tus dedos tocándome cada músculo, haciéndome vibrar cada terminación nerviosa, poniéndome a las puertas del grito gozoso, sometido a la tiranía de tu ansiedad, llamándome, exigiéndome, lamiéndome, mordiéndome, repitiendo mi nombre sin parar. Y luego te liberas de pudores que ya no tienes e intentas buscarme en caminos nuevos y la habitación de este hotel, a oscuras, te protege del rubor, me usas sin recato, me pides, me ordenas y yo, entre tus brazos, apenas puedo hacer otra cosa que obedecerte, entregado, tuyo, siervo.
La noche cae sobre nosotros y no nos damos cuenta porque nosotros somos la noche y buscamos el amanecer así, abrazados, sudorosos, rendidos, nos levantamos desde una confusión de almas y de piernas, de ansiedades cumplidas y esa mirada aún nos mantiene apasionados, cómplices, fundidos en el secreto, en el misterio de por qué ahora y por qué nosotros.
Y resulta que ni siquiera es de noche y además no llueve.
Pero te busco, mi amada, bajo la luz sobrecogida de mi deseo.
La noche cae sobre nosotros y no nos damos cuenta porque nosotros somos la noche y buscamos el amanecer así, abrazados, sudorosos, rendidos, nos levantamos desde una confusión de almas y de piernas, de ansiedades cumplidas y esa mirada aún nos mantiene apasionados, cómplices, fundidos en el secreto, en el misterio de por qué ahora y por qué nosotros.
Y resulta que ni siquiera es de noche y además no llueve.
Pero te busco, mi amada, bajo la luz sobrecogida de mi deseo.
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HERMOSO
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