Carmen Echevarría.
Nos
hemos demorado en las estancias marinas
junto a ninfas ornadas con algas bermejas y pardas,
hasta que voces humanas nos despierten, y nos ahoguemos.
(T. S. Eliot)
junto a ninfas ornadas con algas bermejas y pardas,
hasta que voces humanas nos despierten, y nos ahoguemos.
(T. S. Eliot)
“Carmen
Echevarría se tiró al mar por primera vez en Elantxobe.
Fue
en agosto, en vacaciones, recibió la visita de Javier mientras tomaba el sol
sobre las piedras del muelle. Javier era su amigo, ella le consideraba más que
un buen amigo.
Las
gaviotas chillaban detrás de los arrastreros que volvían de alta mar. Meciéndose
sobre los botes, pacientes, los jubilados intentaban pescar calamares en la
bocana del puerto.
Sentados
cerca de unas mujeres que remendaban redes, Javier le dijo que la noche
anterior se había acostado con su amiga Cristina. Ella se lo había pedido como
un favor, no soportaba el fastidio de ser virgen pero no quería hacerlo por
primera vez con un desconocido.
Sin
querer escuchar más, Carmen, despacio, se quitó la ropa y de un salto se lanzó
al agua. Al alejarse entre las olas, junto al acantilado, la corriente de Ogoño
golpeaba su costado izquierdo, presentimientos submarinos rozaban sus muslos
desnudos. Siguió nadando hasta dejar atrás la isla de Izaro y brazada a brazada
disolvió en los bordes de la espuma todos los momentos que había compartido con
Javier, todos los recuerdos. Incluso olvidó aquella noche en la que se
abrazaron sobre la arena de la oscura playa de Ereaga. Mientras él intentaba
bajarle la falda y ella le susurraba que ahí no, dos grandes perros negros les
asustaron, dejándoles sin ganas de otra cosa que no fuera buscar un lugar
seguro y con luz.
La
noche estaba avanzada cuando regresó a otra costa, cansada pero serena; ya no
recordaba quién era Javier, pero sabía muy bien quién era ella.
La
vida siguió – es curioso que la vida sigue, tan rápida, indiferente a estas
cosas, - y pasaron más de veinte años hasta la segunda vez que Carmen
Echevarría se lanzó al mar.
Era
invierno y al anochecer se dirigía al faro del brazo de Manuel, buscaban
lugares apartados para pasear. La temperatura era baja, caminaban rápido, no se
cruzaron con nadie. Manuel le hablaba de su trabajo, de sus hijos adolescentes,
de su coche nuevo. Ella sabía que algo quería decirle y que no se atrevía. -Vas
a dejarme ¿no?- preguntó, secamente. Sin mirarle a los ojos él contestó que
sí. Esta vez Carmen se desvistió rápido, saltó entre los bloques de cemento del
rompeolas y se perdió entre las frías y negras aguas. Manuel corría asustado,
gritando su nombre, no sabía nadar,
pidió ayuda pero nadie acudió. Veía la cabeza de su amante entrando y saliendo
en la revuelta corriente de la dársena, luego la perdió de vista y volvió a su
casa acobardado, hundido, con el remordimiento mordiéndole las piernas y el
alma.
Carmen,
aterida, regresó justo al punto desde donde había saltado. Tiritando se puso la
ropa y mientras regresaba a su presentida soledad recordaba todos y cada uno de
los días que había compartido con Manuel. Se juró que nunca más.”
Mientras
escribía este breve cuento no acababa de encontrarle sentido. No me parecía
interesante, la narración no tiene ritmo y el argumento es mínimo, no se
entiende por qué esta mujer se tira al agua obstinadamente, en vez de afrontar
las situaciones. Lo guardé en un cajón.
Hoy
lo vuelvo a leer y me sorprendo de los escenarios que escogí. Rebuscando en mis
recuerdos, coloqué a la protagonista en los mismos lugares en los qué, el día
que Javier me confesó su infidelidad, me lancé al agua y fui nadando en busca
de mi horizonte.
Y Manuel,
sé que jamás dejará a su esposa. No me lo dice pero lo noto en un alejamiento
progresivo, en sus llamadas con voz desganada, en las visitas cada vez más
espaciadas. Esta noche hemos quedado para ir a caminar desde el puerto viejo
hasta el faro. No puedo soportar su abandono, si no es mío, de nadie. Le
empujaré por el rompeolas, será él quien caiga al agua. Y no saldrá.
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