martes, 19 de noviembre de 2013

Casa grande.


El mar borra las huellas de los barcos.
El tiempo borrará nuestras estelas.

(Felipe Benítez Reyes)



Llueve fuerte, las barcas cabecean en el muelle, ella cabecea en un recuerdo en equilibrio sobre el retumbar de tambores imitando una cofradía de semana santa. Humea el café sobre la mesa. Humea el rescoldo difuso del ritual de aquellas manos rudas sobre su cuerpo. Estos días de aniversario son los peores, vuelve con más fuerza su aliento en los oídos, el dulce surco en los muslos, el cauce húmedo de los labios por su espalda. Corre las cortinas, no quiere ver el mar ahí abajo, los barcos, el oleaje contra la escollera. Pero no puede dejar de escuchar su cuerpo que pide ternura, que pide pasión, que pide huir de los papeles sobre la mesa., del trabajo, que grita que quiere ser amada.


Días de mala fortuna, las gaviotas vuelan bajo, con esta mar no podemos salir a pescar, las aguas están revueltas, frías, el barco amarrado, las cuerdas tensas, bordas resbaladizas, el perro arriba y abajo por el puente, las redes recogidas, el muelle vacío, la tempestad a la altura de los caladeros, cervezas en el bar del puerto, partidas de mus, blasfemias, ella allá arriba, en la casa grande, sé que está mirando, sé que me desea tanto como yo a ella en aquellas tardes por la puerta de atrás, cuando llegaba la noche y empezaba la luz de nuestros cuerpos en la habitación del fondo, gorriones dormidos en la palmera, pocas palabras, jadeos, piernas enlazadas, ella entregada y solícita, ella que nunca me había saludado, ni mirado, la señorita de la casa grande, yo un hijo del pueblo, un pescador, ella que abrazaba mi cabeza contra su pecho y me besaba, me susurraba , me pedía, me decía espera y otra vez y ven mañana hasta aquel día, justo hace dos años, duro recuerdo, salí a la noche de su cuerpo con los rastros del amor entre los dedos, en cada parte de mi ser, me embarqué de madrugada, evocándola, en la travesía, distraído, caí al agua, miedo en la soledad del mar, entre altas olas, miedo a la muerte, soy buen nadador, pude resistir hasta que me encontraron, un aviso, un presagio, hice una promesa, luego fue la costera de la anchoa, después el bonito, luego Azores, mucho trabajo, mi mujer quedó embarazada por segunda vez, el hijo mayor empezó la ikastola, no volví, ella no me llamó, han pasado dos años, justo dos años, sé que me está mirando desde ahí arriba, ojalá deje pronto de llover, puta promesa.



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