domingo, 10 de noviembre de 2013

Ventana.


Una ventana frente a una pared de ladrillos rojos, donde alguien mira ensimismado la triste longitud del aburrimiento, donde el silencio es una parte más del acertijo de encontrar nada, de preguntas colgadas del limonero que ha crecido en el patio, gatos erráticos, vecinas ancianas sentadas en el porche esperando la muerte o quizás el desayuno que les traerá una sobrina coja, pálidas botellas con agua de lluvia, una lámpara encendida que alguien se olvidó de apagar, por encima el cielo gris, por encima la soledad, sólida, imperativa, por encima el hastío hasta que pasen rápidos estos tres días, hasta que él se vaya y ese alguien, yo,  se quede aún más sola, aún más confundida. Si esto es posible.

Bien, dicho esto me pregunto de dónde saldrá el aire que se volverá viento, este desolador paisaje de soledades, pobres seres solos, anhelos perdidos en ese viento que era aire, que no era nada, que se espesa a partir del susurro de un bosque donde no entra la luz y me divertía más leyendo sus escritos sobre nuestros encuentros eróticos en el cuarto donde la luz nos cegaba.

Cada día me resulta más trabajoso llenar el vacío nuestro de cada día dánosle hoy y no por falta de iniciativa, no, tampoco por falta de deseos. Quizás por un principio matemático, menos es más, o desilusión, o cansancio de decir te quiero y que él, nadie me escuche.

Llamo por teléfono y no está, llamo y la voz choca contra una pared de ladrillos rojos donde alguien mira ensimismado, etc.

Vale, vale, lo sé, ya pongo en orden lo que no se puede ordenar, dentro de tres días se va a Londres con su mujer y sus hijos.

Cuando vuelva lo pienso.



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