Club.
Me gusta la imagen de que el novelista es como el titiritero en el guiñol;
ha de permanecer siempre oculto, y si lo ves, se destruye el espectáculo.
(Alaa al Aswany)
La añoranza me mataba.
Helen de viaje.
Qué sarcasmo.
Ni una carta, ni una llamada de
teléfono, ni un estoy bien, volveré pronto.
Por eso decidí volver a lo de Anthony.
El bar seguía oscuro, con música imposible y Laura, la cicatriz de Laura.
Al final de la barra dos hombres oscuros hablaban con la mujer del dueño, costaba imaginársela delante de un juez, de un cura, seguro que no estaban casados, a nadie le importaba, ni a ella, su precio era el mismo con o sin anillo.
Una cerveza. Laura ni giró la cabeza, dejó el vaso frente a mí, sin mirarme, la espuma derramándose por el mostrador, toda su atención al lloroso anciano contando de su mujer enferma, los dolores, que ya no, para eso mejor morirse.
La encaré sin disimulo. Un accidente de coche, el navajazo de un amante despechado, la botella rota de un borracho, la cicatriz le cruzaba el rostro desde la frente hasta el labio superior sin alterar su belleza sucia, mis deseos de poseerla otra vez. Digo poseerla y digo comprarla, digo poseerla y digo lo imposible de recibir otra cosa que su cuerpo, ni una sonrisa, una palabra, su mano abandonada en mi nuca.
La noche sigue. Y la añoranza. El viaje. El dolor de la ausencia. El viejo se va. Laura, indiscreta, con descaro me hace el gesto del dinero con los dedos. Asiento con la cabeza, humillado. El cuarto, con olores, frío, una bombilla roja ¿qué hago aquí? entra al lavabo, vuelve, lávate, tumbada se quita la ropa con apatía, abre las piernas, ven , paso mis dedos por su cara cortada, por todas sus cicatrices, no ríe, mueve las caderas, no puedo, se impacienta, es igual, déjalo, me visto, pago, salgo del bar, creo que me miran y ríen pero quizá sea mi imaginación.
Ahora de vuelta a casa
¿A casa?
Ni siquiera sé donde está Helen,
si volverá, dónde ha ido esta vez, con quién.
Una semana después las cínicas sonrisas al fondo del bar, ya no cuarto frío, una cerveza tras otra, al menos me mira, toda la atención de Laura a mis quejas porque Helen no ha vuelto, mis dolores del alma entre labios ebrios, que ya no, para esto mejor morirse.
Una semana después las cínicas sonrisas al fondo del bar, ya no cuarto frío, una cerveza tras otra, al menos me mira, toda la atención de Laura a mis quejas porque Helen no ha vuelto, mis dolores del alma entre labios ebrios, que ya no, para esto mejor morirse.
Así una y otra noche.
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