Tu voz.
Tu
voz me mata, me desarma, me inmoviliza, me abraza, un ratón entre las garras
del búho, me seduce, me hipnotiza, pobre ardilla ante los ojos de una
serpiente, me rompe como si estuviera atado a cuatro carros de mulas, abona las
flores de mi esperanza, me excita, tanto, trae tus caderas a mis ávidos brazos,
me hace soñar, me acaricia, me disturba, me gusta, me gusta tanto, abre mis
ventanas de par en par y se cuelan por ellas el sol y las dos lunas de Marte,
me hiere dulcemente la afilada daga de tu voz, me golpea con manos de seda, me
agita, una a una caen gotas de acero líquido sobre mi frente, se desbordan ríos
cálidos por el cuerpo como dicen que ocurre el segundo antes de morir, pasan
por mi cabeza cada una de las veces que nos hemos amado, se desbocan los potros
de mi deseo, se pierden cabalgando por fértiles campos de alta hierba, se abre
la puerta de la imaginación y escapan todos los pájaros amaestrados, los que me
cantan por las mañanas, los que alegran mis noches, el gavilán de tu prudencia
se los come, en el aire, sin tiempo para posarse; mi caballo de lujuria se
encabrita y piafa, babea y emblanquece sus belfos, el elefante asiático de tu
realismo tapona la calle y no tengo hueco por donde pasar ni lugar donde hacer
cabriolas, me lleno de ay, como un cantaor flamenco, me vuelvo Camarón, suenan
guitarras en mis oídos, soy una guitarra
que tañes con esa voz hoy tan musical, un aria desde el balcón de Julieta, no tomes
el veneno, un canto de bellas sirenas
posadas en la roca de tu habitación que tan bien conocía, tu voz evocando los
años pasados, tu voz lejana, cruel, de aristas, voz de modelo de Versace, tu
cuerpo desnudo ondulando sobre aquella cama, precisamente sobre aquella, voz de
ángel exterminador, voz de rencores y reproches -no me llevaste, no me diste,
no quisiste, no pudiste, no fuiste capaz, no, tú no, pobrecito mío-, voz de
reina de oriente y occidente, voz que me ata y remata, que me empareda, que me
llena de gatos negros, de tarántulas, de ecos de mundos olvidados, de noches
recordadas, de días arriba y abajo junto a la casa nueva esperando tu llamada,
de caminar por la cuerda floja de mi cordura, de mis más luminosos días, de los
más sombríos, de mi éxtasis, de sentirme pequeño entre tus brazos, de sentirme
gigante contigo entre los míos, de ser capaz de saltar desde la más alta torre
sabiendo que extenderías tus alas para amortiguar mi caída, aviadora de mediana
edad que atravesaste mis océanos, mis desiertos, geóloga que entraste a mis
cuevas más recónditas, a las más profundas, que me llevaste de la mano a
lugares de mi interior que desconocía, de los que jamás había hablado a nadie,
ni siquiera a mí mismo, tu voz es como un suspiro de los dioses, una uña
subiendo por mi espalda, un hálito de la eternidad, abrir la caja de los
truenos, como la lluvia del sur que arrastra todo en torrenteras, como ese
hielo en la carretera, patinan mis carruajes, chocan contra los taludes, mueren
los conductores, tu voz me deja en la jaula y tira la llave al fondo del lago
donde aparece, trémula, la airada señora de la venganza, tu voz me llena de
moratones, de estigmas, de huecos en los muslos, de telegramas, de pensamientos
blancos, de nubes de tormentas sobre el abra, de pensar y pensar en ti cuando
corro y te veo vestida de azul y sonrisas, olvido que tu puerta está llena de
cerrojos, tu voz de hoy, la de hace un rato, es la primavera que nunca llegará,
el frío de ayer junto al molino, mis jadeos cuando subía la cuesta, mi
impotencia de rodillas frente a ti, dos veces, mis lágrimas, mi depresión, mis
gritos bajo el puente cuando pasa el tren, mis quejas al cielo aunque están
comunicando, mi lastimera queja que yo no, que nunca antes, orgulloso como un
hidalgo, como un samurai, como un hombre pobre que no extiende la mano aunque
se muera de hambre, como el que fue rico y duerme en los soportales, sobre
cartones, sobre el colchón de recordarte sin remedio, irremediablemente atado
como el mono que baila al son de un organillo melancólico que maneja un músico
cruel, tú misma con barba y sombrero, tu voz me arrastra sobre brasas
encendidas, me pone una capucha negra, me quema los ojos como a Strogoff, me da
cinco tiros en el pecho, me ametralla, me envenena, tu voz envenena mi delirio,
ay ¿qué me ha dado amarte? ¿qué me ocurre desde que te has ido? ¿qué embrujo es
este? ¿qué va a ser de mi? sin ti. Tu voz.
2 comments :
vale me ha gustado, me ha resultado triste y en algunas ocasiones un poquito repetitivo. Pero me ha gustado, escribes muy bien.
Doña Henar González, agradezco su comentario y sí, hay algunas cosas que hago bien, pocas, pero ese es el mérito, tener constancia y aprender de los demás, cada día. Beso su mano derecha de peregrina.
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