jueves, 17 de octubre de 2013

Chino (1)

Antes de la catástrofe está el orgullo, y antes de la caída, el espíritu altanero. (Proverbios 16:18)



Trepo hasta la punta de la página, oteo el horizonte por si alguien se ha dejado una caricia entre las olas del lenguaje. Escribir es pedalear cuesta abajo en una bicicleta sin frenos, es rebuscar en las papeleras del Tiertegarten mientras un chino y una china que se amartelan en un banco próximo me miran sin entender. 

Escribir es ser chino.

Dejo una bandera en un extremo del texto para delimitar dónde empieza la verdad y dónde termina la realidad. La verdad es un concepto variable. Escribir es ser variable. Se puede ser sublime, normal, mediocre, intermedio o un capullo. Ser sublime no está reñido con lo subliminal, de hecho solo está reñido con la mayoría, es muy suya la sublimidad. Ser un capullo está al alcance de cualquiera. La característica principal es la de no reconocerse en ese estado. Cuando me miro en un espejo pienso “mira, un capullo”, pero de inmediato comprendo que no soy yo. No sé si me explico bien, es decir, me miro pero no me veo, el que soy no es el que veo (un capullo) sino el que me siento (o sea, otro). Es lo que tiene mirarse.




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