Prohibido cantar y blasfemar.
Dime si te molesto,
dijo él al entrar,
porque me marcho inmediatamente.
No sólo me molestas,
contesté,
pones patas arriba toda mi existencia.
Bienvenido.
Eeva Kilpi
Todo estaba prohibido. De
saberlo entonces la novela de mi vida hubiera estado escrita en un estilo breve
con planteamiento, nudo y desenlace, en Georgia
del doce, con justificaciones a pie de página, esto es así, esto es por esto,
explicar que entre la teoría y la práctica están tantos años vestido de azul y
corbatas sobrias sin concesiones a modas italianas. Ahora, alabados sean los
directivos de Newcastle, Brooklyn no es
un territorio de ficción, los días están perfumados, cercanos al realismo
mágico, a la anarquía, lo contrario a algo matemático como que dos y dos son
cuatro y a usted nunca le toca el premio.
Por eso aún no la he empezado, nunca
he sabido cantar, bien, jamás he blasfemado, ni fumado, tampoco he pisado fuera
del camino, en la hierba donde juegan los niños traviesos y los torpes dueños de
perros sin amaestrar, pero he sabido nadar en varios mares, conservar el
equilibrio ante abismos varios, me he recetado dulces y libros, poemas al oído
y Cunqueiro, Beatles, algo de Zelenka que escuché en la Fnac y amor en el
portal de una calle oscura.
También me he quitado las gafas
y veo lo que leo, por eso, cuando sea mayor escribiré mi novela, encontraré los
libros perdidos, me sentaré en un parque a ver correr las nubes, añoraré las
noches que pasé despierto en un tiovivo en el que cabían la luna y chicas que
me confundían con su padre, alcohol en las rocas y boleros en Laga, en
cualquier playa con Henry Miller y señales en el cielo con txalaparta y
tormentas de verano.
Demasiados nombres y demasiados
cuentos, que este espacio no da para mucho más de lo que da y resulta que ya
soy mayor y he olvidado que todo esto no es ni siquiera el comienzo de lo que me
contaré.
Pero otro día empiezo, qué
pereza.
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