jueves, 31 de octubre de 2013

Paz y recuerdos.

 “[...] estaba tendido desnudo y miraba el techo, la rubia acostada a mi lado, miraba igualmente el techo, y de buenas a primeras me levanté y saqué del florero una peonía y quitándole los pétalos, cubrí el vientre de la señorita, todo él, aquello era tan hermoso que me sorprendí y la señorita se levantaba y miraba también su propio vientre, pero las peonías se caían, así que la volví a acostar tiernamente, para que quedase tendida, y fui a coger un espejo colgado de una escarpia y lo puse de tal manera que la señorita pudiese ver qué hermoso era su vientre decorado con los pétalos de peonías, le dije que sería hermoso, que siempre que viniese y hubiera flores a mano, le cubriría la tripita con ellas, y ella dijo que esto aún no le había sucedido nunca, semejante honor a su belleza, y me dijo también que se había enamorado de mí por aquellas flores y yo le dije que sería hermoso que, cuando en Navidades cortase ramitas de abeto, le cubriese la tripita con aquellas ramitas, y ella dijo que sería más hermoso si le decorase el vientre con muérdago, pero que lo mejor de todo sería, y esto lo tenía que encargar, que hubiese un espejo colgado desde el techo justo sobre el canapé, para que nos viésemos acostados, sobre todo ella, para que pudiera contemplar qué hermosa es cuando está desnuda con la corona de flores en torno al conejito, corona de flores que variaría según las estaciones del año y las flores típicas de cada mes, qué hermoso sería cuando más adelante la cubriera con margaritas y lagrimitas de la Virgen María, crisantemos y dalias y también con hojas de colores otoñales… y entonces yo me levanté y la abracé y me sentía grande [...] comprendí que con dinero no sólo puede adquirirse una bella muchacha, sino que con dinero también es posible comprar poesía.” (Yo que he servido al rey de Inglaterra)  Bohumil Hrabal



Suenan canciones inglesas mientras escribo en el dialecto de los débiles (¡!), de los que quieren hablar de lo que sienten, los que quieren decir de esos brazos que les rodean el pecho emocionado, de un sentimiento que les agita, sacude, zarandea, les hace expulsar voces que empiezan en la glosa escrita a mano en el margen de una hoja en latín de “El becerro galicano”, condena de sensibilidad aprisionada entre música y libros, la mirada de los que amas, el débil sol en esta casa a oscuras, que no entre aún el frío del invierno, que no salga este momento de tiempo detenido.

Es un día sumergido bajo un plácido mar de paz y recuerdos.

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