Paz y recuerdos.
“[...] estaba tendido desnudo y miraba
el techo, la rubia acostada a mi lado, miraba igualmente el techo, y de buenas
a primeras me levanté y saqué del florero una peonía y quitándole los pétalos,
cubrí el vientre de la señorita, todo él, aquello era tan hermoso que me
sorprendí y la señorita se levantaba y miraba también su propio vientre, pero
las peonías se caían, así que la volví a acostar tiernamente, para que quedase
tendida, y fui a coger un espejo colgado de una escarpia y lo puse de tal
manera que la señorita pudiese ver qué hermoso era su vientre decorado con los
pétalos de peonías, le dije que sería hermoso, que siempre que viniese y
hubiera flores a mano, le cubriría la tripita con ellas, y ella dijo que esto
aún no le había sucedido nunca, semejante honor a su belleza, y me dijo también
que se había enamorado de mí por aquellas flores y yo le dije que sería hermoso
que, cuando en Navidades cortase ramitas de abeto, le cubriese la tripita con
aquellas ramitas, y ella dijo que sería más hermoso si le decorase el vientre
con muérdago, pero que lo mejor de todo sería, y esto lo tenía que encargar,
que hubiese un espejo colgado desde el techo justo sobre el canapé, para que
nos viésemos acostados, sobre todo ella, para que pudiera contemplar qué
hermosa es cuando está desnuda con la corona de flores en torno al conejito,
corona de flores que variaría según las estaciones del año y las flores típicas
de cada mes, qué hermoso sería cuando más adelante la cubriera con margaritas y
lagrimitas de la Virgen María, crisantemos y dalias y también con hojas de
colores otoñales… y entonces yo me levanté y la abracé y me sentía grande [...]
comprendí que con dinero no sólo puede adquirirse una bella muchacha, sino que
con dinero también es posible comprar poesía.” (Yo que he servido al rey de
Inglaterra) Bohumil
Hrabal
Suenan
canciones inglesas mientras escribo en el dialecto de los débiles (¡!), de los
que quieren hablar de lo que sienten, los que quieren decir de esos brazos que
les rodean el pecho emocionado, de un sentimiento que les agita, sacude,
zarandea, les hace expulsar voces que empiezan en la glosa escrita a mano en el
margen de una hoja en latín de “El becerro galicano”, condena de sensibilidad
aprisionada entre música y libros, la mirada de los que amas, el débil sol en
esta casa a oscuras, que no entre aún el frío del invierno, que no salga este
momento de tiempo detenido.
Es un día sumergido bajo
un plácido mar de paz y recuerdos.
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