Cuento de Navidad con anzuelos (y 3).
Por cada extremo de la avenida los dos grupos de manifestantes se acercan. En las bocacalles, la policía, agazapada, no sabe a quién debe defender. Por un lado tremolan las banderas amarillas, por el otro las verdes, enfrentadas. Todos gritan, la algarabía impresiona. Justo al llegar al Ayuntamiento los dos grupos se encuentran, se alcanzan, apenas unos metros les separan. Se hace el silencio. Detrás de sus pancartas, detrás de sus ideas, rostros de mujeres y de hombres, se miran con rabia. De pronto, a cada lado de la acera, como en un ensayo, aparecen dos personajes ensimismados. Caminan absortos mirando al suelo, ajenos a la multitud y al rencor. Los dos buscan a aquella que les hirió. De forma inconsciente, a la vez, los dos intentan cruzar la carretera por el único punto posible: la franja que separa las dos formaciones de odio, de miedo, de intolerancia. En la mitad de la calle los dos hombres se tropiezan. Como a una señal, se oye un grito y comienza una batalla, las piedras vuelan por todos los lados. Confusión, golpes, insultos, cuerpos que caen, patadas, disparos, huidas, carreras, mas gritos, fanatismo en dos colores. En ese momento carga la policía, y la confusión es total, todos se golpean entre sí, sin distinguir uniformes ni banderas. Cuando suenan los primeros disparos, los dos bandos se separan. Cada uno se lleva para su lado sus heridos, su rencor, su fracaso.
En el centro de la calle han quedado dos hombres, golpeados, magullados, sentados espalda contra espalda. Curiosamente, ambos tienen una herida similar en la nariz. Comienza a nevar, entre el humo, una mujer con un pájaro negro posado en su hombro se acerca a ellos. Les mira, ríe, se inclina sobre ellos y con saña clava un anzuelo de plata en sus cuellos indefensos. Después se va, indiferente a la mirada atónita de los dos hombres perdidos en su dolor, en sus quejidos. Sus preguntas quedan suspendidas, se pierden detrás de la mujer que se aleja, confundida entre las banderas en retirada, entre la sinrazón y el caos.
Ajenos, alegres, un grupo de niños y niñas cantan villancicos alrededor de una árbol de Navidad iluminado bajo la nieve. Noche de Paz, noche de Dios.
(Eduardo Arroyo)
5 comments :
Leo de golpe las tres.
Inquietante, terrible.
Entre extraños personajes que encarnan el negro pájaro de odio sobre el hombro de una mujer vengativa
o el rencor y el fanatismo de dos masas enfrentadas
o la sospecha y la incomprensión de dos víctimas
quedan el rencor, el fracaso, la eterna pregunta del porqué...
Menos mal que hay inocencias ajenas que aún saben encontrar una canción de paz.
Tras tu relato habrá que acogerse a ella. El resto resulta poco acogedor.
Un abrazo festivo.
Saltamos a la mínima señal prontos al enfrentamiento, nos tratamos injustamente, los unos, con nuestra bandera de “la ley dice” sin dar opción a comprender, a los otros.
Sumidos en la desolación afrontamos los montajes del aquí no pasa nada, aquí todo esta bien.
Y participamos unas veces heridos y otras iracundos.
Noche de Paz, no la necesitaríamos sin el arte de la guerra. Muy instructivo este cuento, que de cuento tiene poco.
Un abrazo.
hermoso,
y genial selección de cuadros siempre
saludos lunares
La mirada azarosa de un pájaro negro puede esperarnos en cualquier esquina, como el despropósito de la sin razón de los que defienden sus razones con violencia.También en navidad.
El azar y el odio no entienden de porqués.
Noches de paz y besos.
Sencillamente...me encanta la forma en la que escribes.
Esa naturalidad propia de la realidad, con ese toque tan encantador...no puedo evitarlo.
La simple visita me incita a hacerme seguidora de este blog.
Un saludo.
Felices fiestas.
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