Somos responsables de nuestras propias vidas. Nuestra conducta es una función de nuestras decisiones, no de nuestras condiciones. (Stephen Covey)
Ella lo definió como halo.
Una hermosa palabra para definir una hermosa enajenación.
Era un sueño que una mujer así me esperase por las mañanas cuando iba al trabajo. Caminábamos juntos por las calles aún dormidas, ella a su alto destino, yo a mi rutina.
He escrito mujer y con ser grande no abarca lo que ella era, diosa se acerca más, inabarcable, todo, tanto la amaba.
Lo supe después, cuando aquel halo perdió brillo al mismo tiempo que crecía en mi interior una dependencia total, una transferencia de voluntades, mi vida era la suya, no me pertenecía, mi cuerpo, mi mente, mi alma, todo mi ser era de ella, para ella.
Jamás he estado tan locamente enamorado.
O no lo recuerdo.
Luego vino la grieta que partió el universo en dos mitades y la mía era oscura, habitada por duendes que clavaban sus tridentes afilados en una débil voluntad. Después de mi muerte – morí, claro, ¿qué otra cosa podía hacer?- tuve que reconstruir aquel que era, u otro, aprender a hablar, a coordinar los pasos y los dedos, a inventar la mirada y el gusto por los días áridos, vacíos, un mundo deshabitado que tuve que poblar ya no sé de qué clase de colonos voluntariosos.
Un día, un martes, entré en una nueva fase, ausencia de énfasis la llamé, una indiferencia práctica, la absoluta falta de fe.
Todo esto lo cuento así, como si nada. Anda, ven, siéntate aquí, a mi lado. Esto ocurría mientras todo ocurría, es decir que la vida corría por el carril de al lado, y otra vida en otro carril, vías paralelas, la estación de Atocha, yo qué sé. ¿Loco? no, quizás no sea esa la palabra. Inconsciente, equivocado, hereje, apátrida, desposeído, explorador perdido en su propia selva, mendigo, buscador de oro en arroyos secos, un iluso, un tonto con los bolsillos rotos, un hombre, en fin, con los ojos abiertos al abismo de ser.
Vale, majo ¿volverás mañana?
Si estoy vivo, sí,
Pues nos vemos aquí, agur.
Agur (lo que aguanta uno).
Artículo 27.
• 1. Toda persona tiene derecho a tomar parte libremente en la vida cultural de la comunidad, a gozar de las artes y a participar en el progreso científico y en los beneficios que de él resulten.
• 2. Toda persona tiene derecho a la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora.