domingo, 25 de noviembre de 2007

Destierro en Roma







Para Isabel Barceló.

Tranvías romanos cruzan mi cabeza a toda velocidad, del Trastévere a la vía Apia, de la primavera de glicinas sobre las paredes ligustres a la rutina de vivir añorando un paisaje de góndolas que cabecean en una tormenta que no amaina, da igual que los aviones nos lleven o nos traigan, que ella salte continentes, que Barcelona sea una isla desierta por siete horas, que no reconozca mis palabras anteriores, me he perdido, deberé inventar un mañana pero continuamente meto los dedos en la herida para que no cure, golpeo una y otra vez mi cabeza contra el burladero y aún así miro y remiro alrededor y dentro, como un alelado visitante de iglesias, como un compulsivo devorador de peces, desterrado, detrás de las murallas, desde ahí me tiran piedras, no te acerques, vete, la vida se fue por un lado y lo imposible por otro, triste, ya todo es triste, lo fue la despedida, la vuelta sin una nota sobre el escritorio, sin una sola palabra de bienvenida, el silencio enseñoreándose de los días hasta el regreso del Cuzco, la metáfora delirante, con jet lag y quién sabe qué humor y he aquí que hube de recurrir a la química para salir de la habitación sin ventanas y al menos ya no lloro pero por las paredes desfilan sombras de cuando el vaporetto a Murano dejaba estelas de sus ojos abiertos entre la espuma, de cuando les contaba a los mármoles del Coliseo que ella no estaba, del gladiador airado que puso una espada de tristeza en mi cuello, del desatino de seguir crucificado cabeza abajo a un imposible, clavado y bien clavado a tantos días de pasión ¿quo vadis? mártires pusilánimes cantando antes del sacrificio, sacerdotes negros bendiciendo a diestro y siniestro, giran las espadas de los tribunos en molinetes con silbidos amenazadores, el Papa de Roma con casulla roja bendiciéndonos, vuelan pájaros de colores sobre la Toscana, taxistas ciento por ciento del Lazio, camareros sonrientes con jeroglíficos en su mano extendida, tranvías arrollando a ancianos peatones distraídos, enanos de jardín tomando fotografías a columnas jónicas, ciegos tropezando entre las ruinas milenarias, sordos escuchando labios, cojos japoneses saltando sobre los reclinatorios de capillas oscuras en el Vaticano, bancos cerrados, ferreterías abiertas con tijeras abiertas, con martillos para golpear campanas, cintas métricas, tornillos en el mercado de Porta Portese, sierras para atacar la viga maestra que aún sostiene el retablo apasionado de Santa Croce in Gerusalemne donde dejo estas flores que no se marchitan porque el espejo es benévolo y miente y no me ve por dentro y paraguas amarillos, loros tartamudos y hienas ebrias en la plaza Navona, teléfonos sepultados, cantantes callejeros que se acompañan con órganos desafinados, con campanillas de bronce, senegaleses vendiendo bolsos de Gucci, cocineros florentinos amantes del jazz, mujeres rubias de piel negra con peinados atrevidos y así, siempre, la huella de su cabeza en la almohada de un hotel madrileño, su sombra en la playa larga, sus caderas sobre el diván, su voz en el contestador, su olor en mis dedos, su cuerpo y el mío sudorosos en un solo cuerpo, nuestros corazones atados con ásperas cuerdas, gotas de dolor que caen como cera de las velas que enciendo para iluminar este absurdo lamento repetido y no, basta, debo conservar esta alegría trepándome, de pronto, porque luce el sol, porque es miércoles, o sábado, o puedo correr tan lejos que no recuerde de donde partí, puedo revolcarme por jardines con mi mejor camisa de seda, puedo saltar desde la copa de un árbol con los brazos abiertos y caer de pie en un harén, puedo gritar que estoy vivo y quiero ser feliz, puedo desnudarme otra vez y enseñar las cicatrices, esta fue de un toro negro, esta de una niña pelirroja, esta de una espada de celos, esta de una mujer tan mayor que podría ser mi madre y sin embargo, aún desterrado, suspiro por cada uno de los rincones de su mente, de su cuerpo delgado y tierno, de su corazón que una vez me quiso como una adolescente. Y así. Sigo en Roma.


14 comments :

Arthur dijo...

Ay Pedro, siento que hacés más énfasis en la cuestión de la espada que atravesó el pecho de la reina Dido, y que aún después de muerta sigue tan bella.
Y amó a Eneas como una adolescente.

Y de todos los días de la semana mencionás el Miercoles y Sábado, que son los que más me gustan (y a Gusthav tmabién, y tenemos eso en común), porque yo nací un Sábado, además de que son de pereza. Y los Miercoles porque subo una nueva song en mi libreta musical.

Y hablando de eso, yo pensé que sabías que yo soy muy musical, si alguna vez te dije que yo soy la suma del yo soñador, el yo cocinero y el yo musical. Bueno, lo que importa es que ahora ya lo sabés y cuando quieras podés ir a mi libreta de música y a mi cocina sin dejar de visitar mi libreta donde posteo sueños y otras pavadas.

Bueno, ya me voy, no sin antes decir que volví a ser el primero en darte una respuestota.

Saludotes y abrazotes.

Sweet Dreams, de todo Corazón:
Arthur

Gusthav dijo...

Uy Pedro, si supieras que yo también postié un post (ni modo que haya posteado un inodoro, ja, qué pelotudo, dije una redundancia!), sobre que estoy de luto por la muerte de la reina Dido (y porque al principio leí que tu post iba dirigido a Isabel).

Y hasta le pedí a Arthur que subiera una song triste (y sí lo hizo) porque estamos trsites por la muerte de la reina Dido, sniff!!!

Saludos y abrazos

Nice Day, con toda mi Alma:
Gusthav

ybris dijo...

Seguro que Isabel sabrá apreciar tan dulce destierro en tan preciosa ciudad.
A mi tampoco me importaría desterrarme allí.
Sería como si regresara.

Un abrazo.

Isabel Barceló Chico dijo...

Qué hemoso texto, amigo mio. Me ha emocionado y conmocionado que hayas elegido como destierro Roma. Allí el dolor también es eterno, aunque paradógicamente es un lugar para sanar como sana el tiempo, pasando por encima de la herida y cubriéndola de livianas capas de olvido. Pero ¿cómo olvidar en un lugar de memoria? ¿Cómo curarse del amor, justo donde el amor se presenta como un monstruo? Es una contradicción, un laberinto. En Roma son visibles todas las heridas del alma. Esa alma que, pese a todo, en un instante de exaltación grita: "debo conservar esta alegría..." Gracias inmensas por este post maravilloso. Un abrazo muy fuerte.

Pedro M. Martínez dijo...

Ego Arthur, te lo dije, me sorprendes, cada día, eres el que no eres, el gran simulador, el actor con su máscara griega, o embozado en su capa roja o caminando por el borde de un tejado que protege y divide el cielo, al menos el que se ve desde esta venta a la que te asomas, misterioso, hoy dejas una voz, mañana una pregunta, un desconcierto en el que no sabemos si nos engañas o nos cuentas tu verdad argentina, la que inventas, o vives, o defensa de una realidad que inventaste y que brilla, aquí. Te lo agradezco.
Y no te preocupes, yo tampoco lo entiendo.

Pedro M. Martínez dijo...

No me extraña Gusthav, una muerte siempre es triste, si es la muerte de una reina, más.

Durante un tiempo pensamos que las reinas no se morían, que eran inmortales, eternas, que perduraban sobre nuestras rutinarias vidas llenándolos de colores brillantes, de contraste, de distancia de lo que debe ser, de constancia para llegar ahí, cumbre, la reina.

Y luego va y se muere, infeliz, y nos deja así, huérfanos de ilusiones, desconcertados, desorientados, abúlicos, tan tristes que menos mal que Arthur, tu amigo, nos entristece –aún más, si esto es posible- con esas canción que nos arrasa en lágrimas.
Mi abrazo.

Pedro M. Martínez dijo...

ybris, que te vas a Roma y has estado allí siempre, que has vivido en esas calles sucias envueltas en ruido e historia, que eres romano, vamos. Como Isabel.
Ocurre que luego vas a París –un suponer- y te ocurre lo mismo.
Y en Londres, Estambul, Barcelona, Cádiz, en etcétera.

Ocurre que, pensando, pensando, llegas a la conclusión que la ciudad no tiene culpa, que depende quién vaya, incluso con quién. Y te miras dentro. Y ya no sabes si eres romano o te lo estás creyendo para no ser otra cosa, o para ser algo, o que te identificas con para no ser un. o una. Que te vistes de amarillo o sigues una bandera –qué cosas- y te pones un gorro negro o una boina, que gritas viva no sé quién o caminas por estrechas calles de un barrio que torna de gris a luminoso.

Es domingo, querido Ybris, llega diciembre y cómo es posible si justo ayer era agosto.

Te abrazo.

Pedro M. Martínez dijo...

Querida Isabel Romana, inconsciencia, o consciencia dirigida, que sale uno del metro justo enfrente del Coliseo y se encienden las luces del mundo. En ese momento comienza a llover y caminas por la avenida de los Foros Imperiales con tu maleta de ruedas haciendo ruido por el suelo milenario, aunque Mussolini. Y sin paraguas.

Roma es una madre que defiende y abriga, que acoge sin preguntas de corazones rotos, o miedos, o huida para no ver, para no estar, para ser otros.

Escribes muy bien, Isabel, muy bien, bordas la historia de forma primorosa, te leemos con devoción y deleite, te admiramos, te aplaudimos.

Pero quiero hacerte una confesión: nunca he sido romano.
Se me parte el corazón al decírtelo, nunca lo he sido. Tampoco he sido, no soy, otras muchas cosas. Lucho, pugno, me dejo la vida, los días, por ser apenas un hombre más, intento ser yo mismo, sin más calificativos, hombre tan solo. Pasa el tiempo y me veo cada vez más desnudo, más libre, más capacitado para mirarme al espejo y sonreír.

Hoy es domingo y me siento muy, muy feliz. Quiero compartirlo contigo. Gracias por tu comentario y por tu abrazo, que me ha emocionado. Te beso con cariño.

mirada dijo...

Me ha encantado, mucho. Abrazos.

Madame Vaudeville (Chus Álvarez) dijo...

Vengo a devolverle la visita y a disfrutar de sus letras, que viajan para nosotros, desde Roma con amor. Tengo dos buenas amigas italianas y paso allí algunas navidades (ésta no)...
Besos desde el cabaret

Anónimo dijo...

(tss...tsss...te visito, no te leo mucho, pero voy cazando palabros e ideas...pero es la cadena esta que llevo al tobillo...en breve estoy, lo prometo!!!Besito besito besito y besito (4))

Pedro M. Martínez dijo...

Lo sabía, Mirada lo sabía.
Abrazos y besos y más y todo.
Guapa.

Pedro M. Martínez dijo...

Madame Vaudeville, quiero volver a tu página, leerte tranquilo, disfrutar.
Solo necesito tiempo.
¿Sabes dónde lo venden?
Besos desde la puerta (Del cabaret. No me han dejado entrar. La edad, ya sabes)

Pedro M. Martínez dijo...

Te presto una lima Maduixeta.
Es buena ¿eh? a mi me ha servido.
Vale, te la regalo (como eres)
Beso (uno, pero intenso)

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