Leve historia (2)
Estas cosas no ocurren, nunca, al
menos a un tipo como yo. Algo se había movido en el pantano, ardían las
libélulas en pleno vuelo y crecían árboles frutales en la distancia de calles
de alquitrán y rocío. Comía rosas y me consumía en el tic tac del reloj en un
rincón del jardín, el corazón en lo más negro del otoño, ahí, inerme y
solitario, enlazado a la ciega nostalgia de haber sido, engalanado con ojeras y
circunloquios, pasmado.
Llegué puntual a la cita. Apenas
nos demoramos en saludos y caricias. Desnudos, abrazados, besándonos con
avidez, como dos supervivientes del incendio de un barco en alta mar, con una
enérgica ternura, así, inclínate, ven, gírate, palabras dulces, susurros, sí,
gemidos, ella se dejaba llevar y los dos íbamos, flotando en el deseo, me
gustaba, tanto, tanto.
Tiene usted mucha imaginación.
Sí.
¿Se cree todo lo que escribe?
Sí.
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