Historia leve (1)
Pretensión de escape por la
salida de emergencia de la literatura.
Es inútil.
Nos encontramos por casualidad,
nos reconocimos a pesar de los años.
Me tomó el brazo con delicadeza y
caminamos hablando de esto y aquello, de sus hijos, de las coincidencias, del
ayer, del paso del tiempo.
Fue un momento agradable y
durante varios días estuve pensando en ella.
Madrid es una ciudad peculiar,
después de años sin vernos, justo una semana después tropezamos en la misma
calle.
Tomamos café en un bar cercano y
descubrí que no había perdido aquel brillo en la mirada, la dulzura de su voz,
lo interesante de su conversación.
Quedé prendado, intercambiamos
los números de teléfono y nos citamos para el siguiente miércoles.
Esa misma semana empecé a
escuchar voces y música. El amor me dejaba las manos vacías y una luz se
apagaba y encendía en el paraíso. Mi vida era una isla de náufragos
desorientados y el horizonte estaba detrás de la niebla gallega.
Aquel día, a las once, me llamó
diciendo que no podía acudir a la cita, que le había surgido un contratiempo.
Me sugirió pasar por su despacho, estaría encantada de seguir nuestra
conversación nostálgica. Acepté.
El despacho tenía una decoración
escueta, muy personal, apenas una mesa, la biblioteca, tres cuadros, un
diploma, un sofá y dos sillas. Me senté frente a ella y hablamos. Dijo que la
relación con su marido era inexistente. Miró hacia la ventana y advertí una
lágrima en su rostro. Le tomé las manos. Luego todo fue muy rápido. Corrimos
las cortinas, nos abrazamos, nos quitamos la ropa, nos amamos apresuradamente
sobre el sofá, indiferentes a los pasos que se escuchaban al otro lado de la
puerta, en el pasillo. Después, ya vestidos, nos sentamos mirándonos sin
hablar. Nos citamos para el miércoles siguiente.
¿Piensa usted en la muerte?
Sí.
¿A menudo?
Sí.
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