Ojo con los ojos
Aviso: no lean los aprensivos.
Va así.
Acomodan tu cabeza en el hueco de la cama del quirófano y te sujetan la frente para que no puedas moverte. Te atan por las muñecas. Desinfectan la zona a intervenir. Suavemente, con unas pinzas inmovilizan los párpados. Te cubren la cara excepto un ojo.
A partir de ahí estás en sus manos y si eres creyente, rezas, si eres colérico juras por dentro, si el miedo te paraliza te quedas así, respirando, pensando que será rápido, haciendo votos para que lo sea.
Jamás he tomado LSD pero la sensación debe ser parecida, luces brillantes que se mueven, estrellas, flores de luz, intensos colores que bailan, puntos luminosos incandescentes, algo ha entrado en tu globo ocular y los músculos de las piernas están tan tensos que parece que las venas van a traspasar la piel. El corazón marca música con un ritmo intenso.
Después de hacer mil barrabasadas a tu ojo dicen -Ya está-. Te ayudan a bajar de la cama, te sientan en una silla, con impotencia ves, ¿ves?, como te llevan por largos pasadizos, un ascensor, otro, otro pasillo, la 217. –Espere aquí, pronto pasará el doctor- dice la enfermera.
Fuera llueve como en el Diluvio Universal, la Ría está a punto de desbordarse, hay muchas carreteras cortadas, tú estás tumbado en la cama sin atreverte a abrir los ojos, la angustia baja por tus piernas, gotea sobre la habitación de esa clínica con imágenes de vírgenes y absurdos cuadros de amaneceres o atardeceres, no lo distingo bien.
Estás mareado y no te enteras todavía de cómo ha sido. Por si acaso no ha salido bien piensas en una colecta para un perro lazarillo, un bastón blanco y unos cascabeles. En la cuenta de siempre.
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