Evangelio de Lucas, capítulo 15, versículos del 11-32.
-Mamá…
-Hijo, ¿estás bien?, ¿dónde estás?
-Abajo.
-Sube, hijo.
-No, te espero en la cafetería de la plaza.
-Voy, voy.
Un año y siete meses. Cosas que se hacen. Me pudo la responsabilidad. No, no llamé ni una vez. Estaba rabioso. Lo pasé mal. Sé que les defraudé.
Nos abrazamos.
Ella lloraba, mi madre siempre llora.
-Mamá, qué guapa estás, ¿cómo te encuentras?
-Bien. Has adelgazado, mucho. ¿Quieres comer algo?, ¿te pido una tortilla?
-No, no ¿y papá?
-Está bien…
-¿Ha preguntado por mí?
-Bueno, ya sabes cómo es, no entendió…
-¿Nunca ha preguntado por mí?
-Nunca.
El viejo, no cambia, me fui por él, no soportaba sus miradas de reproche. Tan perfecto, todo lo hace bien, un trabajador, un ejemplo. Que hijo de puta. Mierda
-Murió la tía Elena, tenía ya 83 años.
-Ah, pobre, casi no me acuerdo de ella. ¿Nos vamos?
Al salir estaba en la puerta. Mi puto padre. Nos miramos. Primero me dio la mano, luego me abrazó. Se puso entre mi madre y yo, nos tomó de los hombros y caminamos.
-Vamos a casa-dijo.
Lloraba, nunca había visto llorar a mi padre.
Yo también lloré, qué cabrón, siempre termina jodiéndome.
Yo también lloré, qué cabrón, siempre termina jodiéndome.
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