Wolframio
Marcelo Velho
Se agriaban los días y el viento desencajaba puertas abiertas a lo silvestre, al rododendro, al martillo golpeando la piedra del altar, los jilgueros volaban ebrios con aceite en sus picos.
Buscamos la culpa revolviendo en el vertedero junto a la playa mientras de la ciudad llegaban noticias pestilentes y el odio.
Sobre la mesa cerezas, manzanas y la herida, insectos y serpentinas bajo la alfombra del salón, un gato tiznado en el alfeizar, moscas, Isabel gimoteaba y entonces llegó el otoño.
Después nos dormimos, asustados, abrazados.
2 comments :
Me identifico con el relato, bueno, me falta el abrazo y dormir tranquila.
Besicos, Pedro.
EstnoM, me pasa lo mismo (quizás por eso lo escribo)
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