sábado, 18 de abril de 2020

Lengua común


Paula Becker a Clara Westhoff, de Adrienne Rich



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La pintora Paula Becker y la escultora Clara Westhoff en el estudio de Becker. Bremen, 1899.

PAULA BECKER A CLARA WESTHOFF

Paula Becker (1876-1907) y Clara Westhoff (1878-1954) se hicieron amigas en Worpswede, una colonia de artistas cerca de Bremen, Alemania, en el verano de 1899. En enero de 1900 pasaron medio año juntas en París, donde Paula pintaba y Clara estudiaba escultura con Rodin. En agosto regresaron a Worpswede y pasaron el siguiente invierno juntas en Berlín. En 1901, Clara se casó con el poeta Rainer Maria Rilke; poco después, Paula se casó con el pintor Otto Modersohn. Murió a causa de una hemorragia tras el parto, murmurando: «¡Qué lástima!».

El otoño parece ralentizado,
el verano aún resiste aquí, hasta la luz
parece durar más de lo que debería
o quizá la estoy aprovechando hasta el límite.
La luna rueda en el aire. No quería este niño.
Eres la única a la que se lo he dicho.
Quiero tener un hijo, tal vez, algún día, pero no ahora.
Otto tiene una forma calmada, autocomplaciente,
de seguirme con la mirada, como diciendo
¡Pronto tendrás trabajo a manos llenas!
Y sí, lo tendré; este hijo será mío,
no suyo, los fallos, si fallo,
serán todos míos. No se nos da bien, Clara,
aprender a evitar estas cosas,
y una vez que tenemos un hijo, es nuestro.
Pero, últimamente, me siento por encima de Otto o de cualquiera.
Ahora sé el tipo de obra que tengo que crear.
¡Requiere tanta energía! Tengo la sensación de estar
yendo a algún sitio, paciente, impaciente,
en mi soledad. Rastreo por todas partes en la naturaleza
nuevas formas, viejas formas en lugares nuevos,
los planos de una boca clásica, pongamos por ejemplo, entre las hojas.
Sé y no sé
lo que ando buscando.
Recuerda esos meses en el estudio juntas,
tú embarrada hasta tus fuertes antebrazos,
yo intentando hacer algo con las extrañas impresiones
que me asaltaban: las flores y pájaros
japoneses sobre la seda, los borrachos
cobijados en el Louvre, aquella luz en el río,
aquellos rostros… ¿Sabíamos con exactitud
por qué estábamos allí? París te enervaba,
te resultaba excesiva, pero continuaste
con tu trabajo… y más tarde nos volvimos a encontrar allí,
ambas ya casadas entonces, y pensé que tanto tú como Rilke
parecíais enervados. Percibí una especie de amargura
entre vosotros. Por supuesto él y yo
hemos tenido nuestros problemas. Quizá tenía celos
de él, para empezar, por apartarte de mí,
quizá me casé con Otto para llenar
mi soledad de ti.
Rainer, por supuesto, sabe más de lo que sabe Otto,
cree en las mujeres. Pero nos chupa la sangre,
como todos ellos. Toda su vida, su arte
están patrocinados por mujeres. ¿Cuál de nosotras podría decir lo mismo?
¿Cuál de nosotras, Clara, no ha tenido que dar ese salto
por encima del ser mujer
para salvar nuestra obra? ¿o es para salvarnos a nosotras mismas?
El matrimonio es más solitario que la soledad.
Sabes: soñé que había muerto
al dar a luz al niño.
No podía pintar, ni hablar, ni siquiera moverme.
Mi hijo –creo– me sobrevivió. Pero lo que resultaba gracioso
en el sueño era que Rainer había escrito mi réquiem:
un poema hermoso, largo, en el que me llamaba su amiga.
Yo era amiga tuya
pero en el sueño tú no decías palabra.
En el sueño su poema era como una carta
a alguien que no tiene derecho
a estar ahí pero que debe ser tratado con gentileza, como un invitado
que aparece el día equivocado. Clara, ¿por qué no sueño contigo?
Esa foto de nosotras dos –todavía la tengo–,
tú y yo mirándonos fijamente
y mi cuadro detrás de nosotras. ¡Cómo solíamos trabajar
mano a mano! Y cómo he trabajado desde entonces,
intentando crear según nuestro plan
de poner, contra viento y marea, toda nuestra energía
en cualquier tema. Sin reservarnos nada,
porque éramos mujeres. Clara, nuestra fuerza aún reside
en las cosas de las que solíamos hablar:
cómo la vida y la muerte van de la mano,
la lucha por la verdad, nuestra vieja promesa de no sentirnos culpables.
Y ahora siento el alba y el día venidero.
Me encanta despertarme en mi estudio, viendo cómo mis cuadros
cobran vida a la luz. A veces siento
que soy yo misma la que patea en mi interior,
a mí misma a quien debo dar el pecho, amor…
Ojalá hubiéramos podido hacer esto, la una por la otra,
toda nuestra vida, pero no podemos…
Dicen que las mujeres encintas
sueñan con su propia muerte. Pero la vida y la muerte
van de la mano. Clara, me siento pletórica
de obra, de la vida que veo ante mí, y de amor
por ti, que eres quien, mejor que nadie,
por mal que lo exprese,
escuchará todo lo que digo y no puedo decir.

1975-1976

Adrienne Rich, El sueño de una lengua comúnSexto Piso, Madrid, 2019.
Traducción de P. Gonzalo de Jesús.


Tomado de:

2 comments :

LA ZARZAMORA dijo...

Clara le escapó a Rodin, tuvo más suerte que Camille.
Y este texto me hizo pensar en una peli que merece un pase a mí me encogió porque me hablaba de algo que me latía en las carnes. Es The Wife, una coproducción dirigida por B. Runge. Te dejo el enlace:

https://www.filmaffinity.com/es/film300626.html

Y un beso o mil doscientos.

Pedro M. Martínez dijo...

LA ZARZAMORAleí el libro hace tiempo, me enfadó y me gustó al 30/70 %.
La película me gustó. Glenn Close magnífica, como siempre (menos en 101 Dálmatas) y a Jonathan Pryce no le soporto ni en ese papel de gilipollas ni en ninguno (oye, manías).
Besos con el método del butrón

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