Hole
Hole in Fence, Paris, Photo by Fred Stein, 1936
Te vas, vuelves y todo está como estaba. Entonces caes en la
cuenta que esto es nada, una actividad con oficio, quizás, sin beneficio,
seguro, un espacio en el que uno es su propio padre, aprendiendo del error de
estar, alimentándose del ego y las migajas de Lázaro y la plañidera que sigue a
los caballos negros con penachos como flores de Pascua.
Debo seguir pero una voz me dice que esta ficción diaria
encierra demasiada verdad, la impotencia de no poder saltar la valla, que queda
tanto por decir, lo exiguo de lo dicho, callar por incapacidad, miedo, sueños
rotos, hambre de ternura y sé que alguien intuye que estoy hablando de esa nada
que nos envuelve como un pesado manto de niebla en el que solo vemos nuestra propia soledad y la mirada al
infinito.
Es posible que deba volver a enamorarme, a rondar la
frontera de lo prohibido, a beber con los del extremo de la barra, a pegarme
con lo razonable y con ese de la gorra a cuadros, a ser el que un día se rompió
la cabeza, el alma y la esperanza tratando de encontrar hasta lo que no había
perdido, lo que tenía. No sé si puedo volver a contar lo que sí cuando suenen
las campanas de la melancolía en las pálidas horas de la noche cada vez más
corta.
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