Hombre con piernas
No
escribo más, fin, soy un hombre con piernas que traduce a Shakespeare al
amanecer, que traslada su amor y veneración en un carro de supermercado, que va
de acá para allá sin definir una ruta, sin billete de regreso, con briznas de
hierba en la barba, con admiración por los diversos, Alex Steinweiss y Walter
Benjamin, por Hölderlin y Messi, gentes con piernas y mentes que corren y
piensan mientras me deslizo por el tobogán de amores imposibles y sed. Todo es
tan real, tan cierto que no puedo imaginar conventos ni cárceles, no me inspira
palabras de laboratorio de ensayo saber que ella tiene sus motivos, que se irá.
Se me ha dormido la ternura en los dedos, me los corto, como pétalos, se los
doy de comer a los perros, pobre hombre mínimo, ensangrentado, sin viajes ni
nostalgia, rutina del no, muletas como parapetos, guerra con un solo muerto, un
Aquiles perdedor, un extranjero con la espada rota, sin radiantes laureles ni
cabezas coronadas, lo peor, un mindundi, el menda, que el jazz me
bendiga.
Eso es.
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