Amanha
(Foto: Andrea)
Lloran
los indios, los gatos, los canalones, el cielo (o sea lo que se dice llover),
todo dios llora. Es una mezcla de pena y de orgullo (con porcentajes diversos,
incluso cambiables, movibles) mientras se juntan lo obvio, lo lógico, incluso
lo deseable con ese rescoldo ADN de la cueva y la protección de la especie, el
cultivo de las esencias y la resistencia al paso del tiempo, al ayayayayay esto
es lo que hay y que peso me has quitado de encima que me había cortado a
mordiscos la capacidad de pensar para no agobiarme con el recuerdo trasplantado
(al ahora) de aquel hotel de Marqués de Pombal con putas en recepción, de
aquellos patibularios patilludos de Alfama, con Pessoa escribiendo poemas
desesperanzados en los mármoles de un café junto al Río, Amália Rodrigues
cantando fados y el ascensor dichoso de las postales, tópicos para defenderme
de la realidad que brilla desde el inicio de esta nostalgia ante su ausencia
lusa, sus palabras inteligentes, lúcidas, su voz enérgica y las fotografías que
me envía y demuestran más que lo que representan, o así.
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