Vacaciones en Praga.
Estoy aburrido de los destinos de vacaciones que busca Marie.
De vuelta al hotel vimos varios soldados muertos. Tenían los uniformes desgarrados y un tiro en la nuca, posiblemente desertores, ajusticiados (un término, como mínimo, sarcástico)
Durante la cena apenas hablamos, manteníamos las cabezas inclinadas, mirando los platos que el camarero dejaba sobre la mesa con mano temblorosa.
Alrededor, nuestros vecinos tenían el rostro serio, con gesto de preocupación.
En cualquier momento podía comenzar el bombardeo.
Un hombre grueso se levantó gritando –no, no, no- y salió del comedor a grandes zancadas. Su acompañante, una bella joven rubia, le siguió después de pedir disculpas a los presentes.
Marie me hablaba sobre armas bacteriológicas pero apenas le presté atención, demasiado ocupado en dominar el miedo, en aparentar tranquilidad.
En la calle, cerca, sonó un disparo. Alguien apagó las luces. Contuvimos la respiración. Pasados unos minutos el recepcionista nos informó que fuera estaba tranquilo, que no ocurría nada.
Justo entonces se escucharon, aviones, muchos. Las sirenas atronaron el aire llamándonos a los refugios.
Corrimos, después todo fue confusión.
Debo decir a Marie, si la encuentro, que Praga no me está gustando nada.
(12.09.1938)
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