Uno, cualquiera, tú, yo.
Uno, cualquiera, tú, yo, para pasar el rato, puede sentarse, por ejemplo, delante de la pantalla y leer, disfrutar del buen gusto de las gentes que dejan aquí, dentro, fuera, quién sabe dónde, sus escritos.
Nunca pensé que una actividad tan aparentemente sencilla fuese motivo de tantas satisfacciones personales, intelectuales, emocionales, una puerta verde abierta al conocimiento de otras expresiones, otras culturas, otras formas de pensar y decir y sobre todo, a la comprensión de otras personas.
Porque llegamos al tema: las personas. Mientras lees puedes imaginar cómo es el otro, pintarle de colores, adornarle con estaturas, ojos azules y lacios cabellos rubios, o rostros morenos, rizos, ojos inmensos, bocas abiertas. La realidad siempre lo mejora en el caso de las mujeres, casi nunca en el caso de los hombres.
Un día, tú, yo, tomamos un mapa y buscamos los lugares desde donde escriben los otros -según el mapa arriba a la izquierda-, deshojamos cebollas, desalojamos a los lagartos, lloramos por las distancias, apartamos las hojas secas sobre el teclado, clavamos banderas, medimos líneas rectas, consultamos horarios de trenes, cercanía con los aeropuertos, calculamos la equidistancia con nuestras posibilidades, riesgos de contagio del virus del amor y otros imprevistos. Hay gente que adora caminar, subir, bajar, moverse empedernidamente, no estar quietos, lanzar hilos entre fronteras, comunicar provincias, países, continentes. Ay, qué cosas. ¿Vendrá todo esto a cuento de alguna parábola sobre el camino?
Un día, uno, cualquiera, tú, yo, se aburre de esto, cierra el blog, se monta en un coche y se va a buscar quién sabe a quién. Allí -¿dónde?- utiliza el teléfono, la radio, un buscapersonas, el GPS, el boca a boca, pregunta a un guardia, pone un telegrama, adivina en el vuelo de las cigüeñas.
Se trata de buscar a los poetas.
Supongamos que les encontramos.
Supongamos que nos sentamos alrededor de una mesa, frente a sendas copas de Martini (o cerveza, o café con leche y tostadas, o vino de Rioja, o agua de la fuente).
Supongamos que hablamos y hablamos y que estos poetas son divertidos, amables, dulces, amigos, unos buenos tipos. Tienen, además, brazos, piernas, dientes, sonríen, o lloran, uno es bajito y feo, otro es alto y con alopecia, aquel tiene unos ojos verdes, este no levanta la mirada, ese es bello como un san Luis. Existen, son estos que me dan la mano y hablan.
Es curioso, hay vida más allá de esta pantalla.
Y en Marte.
Entonces ¿qué hacemos aquí?
2 comments :
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Bss.
Pasa que aquí no importa si la voz del poeta es dulce o desgarradora, si además sabrá tocar la guitarra o cantar en francés. Pasa que a lo mejor no tenemos ganas de hablar con ese otro, no sea que después nos responda y su voz sea tan preciosa como sus palabras y su cara nos guste y sus manos se muevan, ya sabes, de esa manera que hace que las quieras tocar. Pasa que lo que leo, o escucho, en el formato que sea, tiene contornos definidos, un principio y un final consensuado. Lo real no. Y – en el mejor de los casos -cuanto más bello, más peligroso.
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