Carta del anciano amante.
(Eric White)
Entre los pinos,
corriendo en zigzag, resbalando en el musgo, ha pasado tanto tiempo que he
olvidado cómo escribirte, con anzuelos, con embudos, con orquídeas en los
márgenes, cómo, sentado con las piernas cruzadas o colgado de la punta de un
pararrayos, alpinista con los dedos apoyados en el vacío, purificándome en la
dialéctica represión/ simbolización, necesito sobriedad, calmar estas ganas de
inventar esdrújulas, esta manía de afilar las uñas de los gavilanes, esta
necesidad, aún, de verte, ay, asomada al cuarto piso o al abismo donde
paseábamos cuando llegó septiembre y conservábamos en la piel las huellas de
playas lejanas, tú en el sur, yo en el norte, siempre hemos estado lejos
mientras crecía la hierba y no lo sabíamos, mientras llegaba la noche y pensábamos
que no había amanecido, buscándonos en la plaza donde fuimos niños y llenamos
los bancos de besos presentidos, de miradas entre los juegos que no lo eran y
tu seriedad flotando como un trasatlántico ebrio por el océano de tantos años
sin vernos, estanque de los patos, marca de un cuadro en una pared vacía,
ciudad de símbolos, demasiado pequeña para juntarnos, demasiado grande para
encontrarnos por azar en la Gran Vía, en un bar de las Siete Calles, en el
cielo pintado de algún cabaret en el que perdía mis reservas de ilusión, el
rescoldo de esperanza cuando tenía tanta sed, tanta hambre de verdades
alineadas sobre la mesa que no compartimos, sudando cuando subía la cuesta,
para verte, la amada de mi amigo, la niña seria que miraba desde el confín de un
mundo al que no tenía acceso, demasiado asustado en una vida para la que nadie
me había preparado, en la que las reglas las ponían siempre otros, ellos, crecí
luchando contra ellos y luego yo fui también ellos y hay largas épocas de mi
historia de las que solo recuerdo que estuve allí, cantando o escondido bajo la
cama, esperando un milagro hasta que comprendí que los ángeles eran de cartón,
que el demonio tenía un tridente verdadero, que las maletas estaban vacías y
que la única forma de distinguir un lunes del domingo era pintarlos con lápices
de colores, dónde quedó el contorsionista que saltaba las barras de los bares,
el que enmascaraba los sueños perdidos con risas desencajadas y labios
pretendidamente hábiles, ahora ¿lo notas? ahora es demasiado tarde para todo y
este que ves y no ves es un puntilloso recolector de sueños que grita frente a
tu jardín mientras Tobías ladra a la luna y las estrellas han ido cayendo en el
campo de girasoles donde se refugiaban los vagabundos y Mary Taylor, los testigos
perspicaces que anotan fechas y dichos, la anchura de la acera y al otro lado
estás, distante y cansada, con los muslos temblorosos de olvido, con ese
pañuelo que te oculta el rostro, con las pupilas como talladas por el efecto de
mirar las almas al trasluz, oficio de maga, de sabia que esparce sales y azufre
por los quicios del cerebro, ceremonia de paraguas, soledad de estas palabras
goteando desde la última esquina de una quimera, altar con cirios encendidos y
las alfombras llamándose de habitación en habitación...¡alto! esta es la carta
de un anciano amante sin apenas fuerzas para sujetar la pluma, sin ideas para
decir lo que quiere decir, sin otro impulso que pararme frente a ti, extender
los brazos en cruz y decirte que esto es lo que de mí queda, que este rehén de
tu recuerdo soy yo y esta luz que llevo en las manos es lo único que puedo
ofrecerte, reina de mis sueños, bella mujer al otro extremo del mundo.
3 comments :
Esa imagen no podía tener mejor texto. Estás en todo, eres asombroso.
Virgi, debo decir que así como me reconozco en el texto no lo hago, en absoluto, en la imagen. Pero muchísimas gracias.
Demasiado... Como tú.
Un beso!
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