domingo, 23 de febrero de 2014

Niniane



Gateo en la memoria y no me encuentro.

Escarbo en lo que dije y ya no sirve.

Recostado en la S sigo insomne.

Busco una Niniane que describa nueve círculos de pasos a mi alrededor, que susurre nueve veces las palabras mágicas.

Decididamente hoy no estoy para escribir.


La poesía entiende muy bien por qué en el recinto cerrado de la palabra nudo, anillo perfecto, se concentra el poder mágico.

Recordemos el final del Mago Merlín. Cuando en el bosque de Broceliande, Merlín conoce a la bella Niniane, se enamora locamente de ella. Niniane hace prometer al mago que éste le enseñará la totalidad de su arte. Enséñame, le pide, a mantener encadenado a mí a un hombre, sin necesidad de grilletes, ni de levantar muros a su alrededor; enséñame a atarlo a mí con palabras mágicas. A sabiendas de que él mismo puede convertirse en víctima del encantamiento, Merlín sucumbe al deseo de Niniane y le entrega todo su saber. Podría decirse que le enseña a hacer un nudo, un nudo de amor del que es imposible escapar. Un día, Niniane describe nueve círculos de pasos alrededor de Merlín y nueve veces susurra las palabras mágicas, quedando Merlín en su interior, eternamente prisionero.
El poeta que indaga con palabras en el poder de la palabra, está clavado ante la puerta de su cueva interior y busca su llave sonora. Atento a su respiración, cree poseer la mitad de la palabra y espera la llegada de la otra mitad.

Consumada la palabra, aparece el mago, álter ego del poeta, y la sella.

El nudo queda formado.

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