Carta de amante bajo el agua.
No quiero más que estar sobre tu cuerpo
como lagarto al sol los días de tristeza.
Se disuelve en el aire el llanto roto,
el pie de las estatuas
recupera la hiedra
y tu mano me busca
por la piel de tu vientre
donde duermo extendido.
(Valente)
como lagarto al sol los días de tristeza.
Se disuelve en el aire el llanto roto,
el pie de las estatuas
recupera la hiedra
y tu mano me busca
por la piel de tu vientre
donde duermo extendido.
(Valente)
Amor
¿me ves? soy ese hombre duro que no respira bajo el agua clara de nuestro amor.
Otras experiencias sentimentales hicieron de mí este insensible personaje que
te escribe, este antiguo calculador que esperaba un minuto para enamorarse,
justo después que ella lo hiciera para poder controlar mejor las emociones.
Jamás les dije te quiero para llevar el idilio, no hizo falta. Jamás utilicé
sus sentimientos para lograr favores, besos, camas, suspiros en la noche,
romerías, el curso del río nos llevaba.
No
sabes a que vienen estas palabras y dudas entre mi literatura vespertina al
aire – así, en verde y rojo - y mezclar verdades con mentiras, imaginación y
sueños, la coraza, decir y no decir, juegos de manos, arlequines saltando entre
el gentío y no soporto esta raya amarilla de pintura que ponen en mi pecho los
que dicen que te aman.
Escojo
esta manera para llamarte tan temprano, aunque tú, madrugadora, ya estés
despierta, siempre estás despierta y ¿ves? no es tan compleja esta cuestión, se
trata de honestidad, de amor, de ser sinceros, me resisto a que sea solo sexo,
no es posible, y aunque lo demás, todo, está prohibido, o vetado, o es
reprobable, aunque soy un hombre duro ¿eso te he dicho? siento dentro unos
temblores que no son solo de muslos, ni es por frío o el rocío, es otra cosa y
no quiero definirla, paso de largo, vuelvo a pasar y ahí, palpitando, indiferente
al ruido del tiempo que se nos acumula desde noviembre -¿o fue en diciembre?-
ahora en febrero sigue, sigue y me alborota, me mueve, me despista, me llena de
preguntas, de miedo, de ganas de verte, de mirarte, de parar estos zumbidos,
aún en festivo -¿me escribirá?, ¿se habrá dormido?- y el próximo lunes nos
vamos, tú a París, yo a Barcelona ¿volveremos?
Ahora
te entiendo mejor, te he escrito con el corazón estos cien días y no sé
siquiera si has tenido tiempo de leerme -digo leerme-, no has contestado –digo
contestarme-. Ya no sé casi nada, excepto que aquí dentro algo no cesa, que te
añoro, que me duelen los pulsos y las noches sin ti, mi cama fría, mi soledad,
esta angustia creciendo como ortigas ciegas, como un puente cortado, como un
camino de piedras puntiagudas. Y es que no puedo verte pasar del brazo con él,
que no puedo. Además tengo tantas ganas de encontrarnos, estoy deseando que
llegue el regreso para acariciarte tanto, tanto, para besarte los dedos, las
sienes, para gemir sin disimulo, sin tu mano en mi boca, quiero tocarte las
piernas, las caderas, morderte el cuello, sorberte, penetrar en tus húmedos
suspiros, en tu postura desmayada, en tus labios que me inundan la boca, quiero
que me sientas dentro de ti como un amante absoluto, que olvides dónde estás y
solo tengas conciencia de sentir nuestros cuerpos que se complementan a la
perfección, mis te quiero en tu oído, mis jadeos porque me llevas muy lejos,
tanto que me pierdo, que no sé volver. Ay, estos temblores, no recuerdo una
mujer que me haya hecho gozar así, mi cuerpo sobre el tuyo, bajo el tuyo, junto
al tuyo, quiero hacerte el amor y seré dulce, no sé si sabré dejar mi ternura y
someterte, ordenarte, hacerte mía, levantarte entre mis brazos, morirme dentro
de ti, rodeándote, me derrotas, me conmueves, me das tanto placer que me alegro
de que no haya pasado nuestro tiempo. Aún.
Pobre,
pobre de mí. Y todavía no te has ido.
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